Por Ritchie Pugliese
El Salmo 42:1 dice: “como el siervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por ti, oh Dios, el alma mía. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo…”
Dios al crear al ser humano, no solo lo dotó de sus cinco sentidos naturales (gusto, olfato, tacto, vista y oído) sino también de tres clases de apetitos físicos, naturales, que necesitan ser saciados. Ellos son:
1) Sed
2) Hambre
3) Deseo sexual (dentro del marco de la vida matrimonial)
Lo natural, según 1 Corintios 15:46-49, viene primero y luego lo espiritual, dando a entender que existe un paralelo entre lo natural y lo espiritual. Si existen apetitos naturales, entonces también existen apetitos espirituales.
Los apetitos espirituales son tres:
1) Sed de Dios
2) Hambre de la presencia de Dios
3) Intimidad espiritual con Dios
En lo natural, tener hambre, sed y deseo sexual son señales de gozar de salud y vitalidad. En lo espiritual tener hambre, sed y deseos de tener intimidad con Dios son señales de gozar de una vida cristiana fructífera. Ahora bien, ¿Por qué la sed, hambre e intimidad espiritual necesitan ser saciados? Porque en nuestro interior existe un apetito espiritual que sólo puede ser saciado por Dios, hay un gemido interior dentro del cristiano que busca saciedad espiritual que sólo puede ser acallado en el Señor. El Salmo 42:1 dice “como el ciervo brama por las corrientes de las aguas”.
El ciervo bramaba desesperado por el agua pues para él significaba su vida misma. No sólo significaba la saciedad sino también la protección contra los animales feroces, pues cuando un animal permanece dentro del agua, bebiendo, los animales de alrededor no pueden olfatearlo ni rastrearlo para atacarlo. El ser saciados por Dios nos brinda satisfacción y a la vez seguridad.
Nuestros apetitos espirituales sólo pueden ser saciados cuando tenemos un encuentro real con un Dios vivo. El Salmo 63:1-2 e Isaías 26:9 nos muestran que Dios quiere saciarnos espiritualmente:
En el Salmo 63:1-2 leemos:
a) Mi carne te anhela
b) Mi alma tiene sed
En Isaías 26:9 leemos también:
c) Mi espíritu te busca
Aquí se forma una triple secuencia que nos conduce a saciar nuestro apetito espiritual, similar al diseño del Tabernáculo de Moisés, reflejado en el Antiguo Testamento, donde se refleja la manera de tener un encuentro real con el Señor:
1) Nuestro cuerpo representa el Atrio
2) Nuestra alma representa el lugar santo
3) Nuestro espíritu representa el lugar santísimo
Para saciar nuestro apetito espiritual debemos aprender a entrar en la presencia de Dios en forma paulatina y ascendente, hasta llegar a un punto máximo o “clímax” espiritual donde allí somos ministrados por el Señor. Este es el secreto para no vivir frustrados e insatisfechos sino saciados en nuestro apetito espiritual. Cuando somos saciados, como dice el Salmo 63:3 podemos “ver tu poder y gloria”. El poder de Dios nos cambia y la Gloria de Dios nos transforma. Nunca más seremos los mismos.
Para poder entrar en el proceso de búsqueda de Dios y experimentar satisfacción espiritual necesitamos:
A. Abrir el apetito espiritual
¿Cómo se abre el apetito espiritual? Con la Palabra de Dios. Oseas 4:1 nos enseña cómo abrir el apetito espiritual: “no hay verdad, ni conocimiento de Dios”. La verdad de la Palabra de Dios me lleva a conocer quien es Dios. Sin verdad no hay conocimiento genuino, real, de un Dios vivo y real.
B. Comenzar a buscar a Dios a través de la oración
Nuestra búsqueda espiritual es el resultado de que Dios nos buscó primero, no por nuestros méritos. Si viene a mí el anhelo de buscar a Dios, en oración, ha sido por mérito de Dios y no nuestro.1 Juan 4:10 dice: “en esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros”
C. Aplicar los pasos prácticos, al orar, para obtener saciedad espiritual
Dijimos anteriormente en el Salmo 63:1-2 que nuestra carne anhela, desea a Dios, lo cual representa el atrio; que nuestra alma tiene sed de Dios, lo cual representa el lugar santo y que nuestro espíritu busca a Dios, lo cual representa el lugar santísimo (Isaías 26:9). Allí se nos enseña que cuando comenzamos a buscar a Dios a través de la oración, antes de llegar al punto de satisfacción o saciedad espiritual necesitamos atravesar tres pasos:
Paso # 1 Empezar a buscar a Dios a partir de la carne (la carne que anhela a Dios, que representa el atrio)
Leemos en Mateo 26:41 que el espíritu esta dispuesto pero que la carne es débil. Cuando decido comenzar a buscar a Dios, lo hacemos generalmente apartando tiempo para orar. Al comenzar a orar usted siente (a no ser que esté muy entrenado en conectarse con el Señor) a Dios bien lejos, como si estuviera el camino bloqueado para conectarse con Él. Sumado a eso, le vienen pensamientos que lo distraen, sentimientos negativos que fluyen, sensaciones que intentan impedirle conectarse con el Señor. Todas estas “trabas” son cosas originadas por nuestra carne que desafían e intentan apagar la presencia de Dios y se hace necesario estar firmes para seguir hacia delante sin detenernos.
Usted ha empezado por el nivel inicial de la carne y aquí necesitará no desesperarse sino decidir mantenerse esperando en la presencia de Dios y continuando con su búsqueda. El Salmo 46:10 dice “estad quietos”; el Salmo 37:7 habla de guardar silencio y esperar en El. La permanencia de continuar buscando a Dios, a pesar de todas las trabas mencionadas, nos conducirá en un momento determinado a avanzar al siguiente nivel del alma. El lugar de comienzo para buscar a Dios, la carne, se transformó en un lugar de sacrificio o entrega. El Espíritu Santo empezará a hacernos ver cosas, o áreas de nuestra vida que sabemos están sucias, turbias, que bloquean Su presencia. Es aquí donde nos damos cuenta la traba de nuestra carnalidad, y empezamos a “aborrecer” nuestra cáscara exterior de pecado (Lucas 14:26) y nos arrepentimos ante Dios para que él nos limpie y purifique.
Una vez que nos ha sucedido todo lo recién mencionado, y continuamos avanzando, entraremos en el Paso # 2 (el alma que tiene sed y representa el Lugar Santo del Tabernáculo).
En este punto se desarrolla paulatinamente una sed profunda y desesperada por Dios. Nuestra mente y sentimientos se llenan de la presencia de Dios. Aquí sentimos realmente la presencia de Dios, aunque siempre nuestro andar es por fe. Juan 7:37-38 habla de ríos de agua viva que fluyen del interior del creyente. Aquí es donde fluye la alabanza y la acción de gracias.
Paso #3 (El espíritu que busca a Dios y representa el lugar santísimo del Tabernáculo)
Este es el punto máximo donde uno tiene realmente un encuentro con Dios. Aquí solo hay quietud, silencio, donde todo es invadido, llenado por la presencia de Dios. Isaías 30:15 dice: “Porque así dijo Jehová el Señor, el santo de Israel: En descanso y en reposo seréis salvos; en quietud y en confianza será vuestra fortaleza”.
Es en este punto que experimentamos “un poco de cielo” en la tierra. Dios nos imparte de Su presencia y somos cambiados, transformados. Nuestra fe es impulsada y renovada. Vemos las cosas imposibles como posibles. Se fortalece nuestra autoridad espiritual de conquista y dominio. Al salir de allí nos damos cuenta que algo ha cambiado en nuestro interior, que nos ha hecho más semejantes a Cristo. La vida comienza a verse bajo otra perspectiva: la de Dios y eso se reflejará prácticamente en una vida cotidiana abundante, victoriosa y conquistadora.
Es tiempo de saciar y a la vez aumentar nuestro apetito espiritual. ¡No nos perdamos ésta poderosa experiencia que todos podemos tener por ser hijos de Dios!