UN MICKEY MOUSE QUE ME HIZO REFLEXIONAR

Por Ritchie Pugliese

Hace un tiempo fui a una reunión de negocios de una empresa relacionada con Disney World, y al entrar a la sala de recepción vi que en una esquina había un Mickey Mouse gigante… ¡y bañado en oro! Su imagen y presencia allí se destacaban no solo por su dimensión, sino por su impactante brillo.

Mientras esperaba, me quedé observando al famoso personaje, hasta que me levanté de mi asiento y fui a tocar la risueña estatua. ¡Grande fue mi sorpresa al comprobar que se trataba de una simple figura de plástico pintada de color dorado!

Ese día aprendí algunas lecciones que quiero comunicarles:

1. Aprendí que una cosa es la imagen y otra muy diferente es lo que somos en verdad. Igual que el Mickey Mouse de mi relato, podemos ser personas con una muy buena apariencia externa; pero no tenemos vida, la vida del Espíritu ardiente y poderosa en nuestro interior. De nosotros no fluye nada de Cristo.

2. Ni la mejor ropa, ni las mejores joyas ni el mejor maquillaje y tratamiento de belleza hacen a nuestra verdadera personalidad, y a veces suele ser solo una máscara para impresionar a los demás.

3. El énfasis desmedido en dar la mejor impresión con nuestra apariencia externa, la ropa que vestimos, el perfume que utilizamos o el modelo de auto que manejamos, ¿no será una señal de que padecemos de un complejo de inferioridad que provoca en nosotros la necesidad de tener que demostrar que somos importantes?

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