UNA DOBLE REVELACIÓN

Por Ritchie Pugliese

Uno de los pasos importantes de la vida cristiana para poder comprender la gloriosa obra de Jesucristo (su padecimiento, crucifixión, muerte, resurrección y ascensión) y la gracia redentora de Dios, es recibir una doble revelación.

Cuando hablamos de revelación, en este contexto, estamos hablando de recibir luz o iluminación de Dios en nuestro entendimiento sobre un tema específico relacionado a la voluntad y propósito de Dios.

Necesitamos saber que la revelación divina imparte visión. Cuando Dios nos revela algo decimos: “¡Ahora lo veo!” y nos lamentamos por no haberlo visto antes.

La revelación nos da visión espiritual. En lo natural esto es similar a utilizar lentes cuando tenemos problemas con la vista. Sin lentes las cosas se ven borrosas y corremos el riesgo de tropezar o aún caer, pero cuando los utilizamos nuestra visión se enfoca y vemos correctamente. Decimos: ¡Ahora veo bien!

Existe un episodio detallado en la Biblia donde el profeta Isaías recibió una doble revelación. En el pasaje de Isaías 6:1-8 veremos para qué el Señor le dio esta doble revelación, la cual estoy seguro que Dios también anhela que cada uno de nosotros tengamos la misma experiencia:

Isaías 6:1-8 “En el año que murió el rey Uzías vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y sus faldas llenaban el templo. Por encima de él había serafines; cada uno tenía seis alas; con dos cubrían sus rostros, con dos cubrían sus pies, y con dos volaban. Y el uno al otro daba voces, diciendo: Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria. Y los quiciales de las puertas se estremecieron con la voz del que clamaba, y la casa se llenó de humo. Entonces dije: !!Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos. Y voló hacia mí uno de los serafines, teniendo en su mano un carbón encendido, tomado del altar con unas tenazas; y tocando con él sobre mi boca, dijo: He aquí que esto tocó tus labios, y es quitada tu culpa, y limpio tu pecado. Después oí la voz del Señor, que decía: ¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros? Entonces respondí yo: Heme aquí, envíame a mí.”

Trasfondo del pasaje

El rey Uzías había sido rey de Judá durante más de 50 años y su fama se había extendido por todas partes, pero 2 Crónicas 26:16 dice: “Mas cuando ya era fuerte, su corazón se enalteció para su ruina; porque se rebeló contra Jehová su Dios”. Como resultado de eso, Uzías contrajo lepra (figura del pecado) y pasó los últimos años de su vida en aislamiento. En el 740 aC murió leproso.

El pasaje de Isaías 6 comienza diciendo:“En el año que murió el rey Uzías vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime.” (v.1)

1. Isaías recibió una revelación de la majestad de Dios.

Recibió una visión del verdadero Rey. ¡El Rey de reyes! Lo que vio sacudió su mundo hasta los cimientos. Me imagino que Isaías debió haberse sentido como una hormiguita al contemplar al Señor Dios sentado en su trono, alto y exaltado, en un lugar de toda autoridad y poder en todo el universo. Dice el v.2 que los serafines, criaturas celestiales que adoraban a Dios, tuvieron que cubrir sus rostros ante la presencia de su asombrosa majestad, como cuando uno se protege los ojos del resplandor del brillo del sol. Lo que vio Isaías era sorprendente y asombroso. ¡Nada podía compararse a esa revelación!

Además…

“Y el uno al otro daba voces, diciendo: Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria.” (v.3)

1a. Isaías tuvo una revelación de la santidad de Dios

Que Dios es santo significa que está “separado” de nosotros. Esto significa en primer lugar, que él es incomparable. Él solo es el Creador, todo lo demás ha sido creado por él. Como dice en Isaías 40:25: “¿A qué, pues, me haréis semejante o me compararéis?”. ¡No se puede comparar a Dios con nada ni nadie! ¡Él es único! ¡Es Dios!

Y en segundo lugar, significa que él es sin pecado: puro, perfecto, justo. Tres veces los ángeles decían del Señor “Santo, Santo, Santo”. En hebreo, una forma de expresar el grado más alto y sublime de algo es repetir la palabra varias veces. Por ejemplo: 2 Reyes 25:15 “incensarios, cuencos, los que de oro, en oro, y los que de plata, en plata”. En la visión de Isaías, los serafines proclamaban que Dios es “santo, santo, santo”, es decir: Él es lo más santo que existe y nada se compara a él. Isaías estaba mirando a Aquél cuyo poder es infinito y cuya gloria llena la tierra. Tan poderosas eran las voces de los serafines que parecía que el edificio estaba a punto de derrumbarse. Y el humo, que significa la presencia de Dios, llenó el lugar. ¡Absolutamente fue una experiencia aterradora donde Dios le reveló al profeta Isaías su majestad y santidad!

Ideas que tenemos acerca de Dios

Cuando le preguntamos a la gente, aún creyentes,  acerca de cuál es su idea de Dios, algunos lo definen, por ejemplo: – Dios es… una fuerza; – es como la electricidad; – alguien que está muy lejos allá arriba pero nos cuida -. Otros lo ven como un abuelo viejito y débil al que lo llaman “el barba”.

En el Salmo 50:21, Dios dice:“Pensabas que de cierto sería yo como tú”. Es un error que todos tendemos a cometer. Dios no es solo una versión mucho más grande que nosotros. Él es asombroso en majestad y santidad, alto y exaltado, sentado en el trono del universo. ¡Él es único, por eso es Dios!

Hemos creado una idea de Dios muy por debajo de lo que realmente es. Lo que sucede es que tener la revelación de un Dios asombroso, de poder, majestad y santidad es bastante intimidante. Hemos creado la idea de un Dios “manejable”, de un pequeño Dios que no nos domina. Un mini-Dios de bolsillo; un dios limitado, un Dios con forma de animal o ser humano, al cual se puede dominar. Un Dios no tan diferente de nosotros… ¡Pero el Dios que vio Isaías fue una revelación impresionante que le cambió la vida!

¿Cómo fue encontrarse con Dios cara a cara? El v. 5 detalla la segunda revelación que el profeta Isaías recibió: “Entonces dije: ¡Ay de mí! que soy muerto” (v.5)

Esa reacción no solo era admirar algo, como estar parado en el borde del Gran Cañón del Colorado o en las Cataratas del Iguazú. Era algo  mucho más profundo. ¡Era un “ay” de estar aterrorizado! Isaías sabía que no solo era pequeño en presencia de la grandeza absoluta, sino que era un pecador en presencia de la santidad absoluta de Dios.

En particular, sintió la impureza de sus labios y los de su pueblo. ¿Por qué? Tal vez porque al escuchar el llamado de los serafines se dio cuenta de que era demasiado pecaminoso para unirse. O tal vez porque sabía que lo que decimos revela lo que hay en nuestros corazones… ¡Y era un profeta! Fue ver a Dios en su total pureza lo que hizo que Isaías se diera cuenta de cuán pecaminoso era. Se sintió expuesto. Era similar a pasar una valija por la máquina de rayos X en el aeropuerto. ¡Dios podía ver todo lo que había en la “valija” (el corazón) de Isaías!

Para entender la reacción del profeta Isaías, debemos recordar que el rey Uzías, al estar enfermo de lepra, según la ley, habría tenido que gritar “¡Inmundo! ¡Inmundo!” (Levítico 13:45) como era la costumbre de aquellos días. Isaías, a pesar de ser un profeta, se dio cuenta de que no era diferente, moralmente hablando, al rey Uzías. El también estaba lleno de lepra (pecados). Lo que le abrió los ojos a eso fue haber recibido una doble revelación.

Entonces, aprendemos hoy, que la revelación de quién es Dios nos muestra nuestra real condición.

Mi experiencia en el canal de televisión TBN

Hace unos años fui invitado al canal cristiano de televisión TBN (Trinity Broadcasting Network) en Miami, para participar de un programa en vivo en español para hablar acerca de uno de mis libros publicados. Recuerdo que fui bien vestido, con un saco cruzado de color marrón. Mientras estaba en el estudio, preparado para salir al aire y esperando que dieran la orden del comienzo del programa, hice un recorrido final en mi ropa. Para mi asombro y desconcierto, vi una mancha negra en la solapa del saco. Alterado y preocupado, le pedí al asistente salir un instante para ver que hacía con la mancha. Para mi asombro, cuando salí del estudio para revisar el saco, ¡la mancha no estaba! ¿Cómo podía ser posible? ¿Qué había pasado? Luego de unos minutos me di cuenta que la intensidad de la luz de los reflectores era tan fuerte que se podía ver hasta la más mínima mancha u otro detalle imperceptible que el saco tuviera.

Ver a Dios en su santidad es muchísimo más que estar frente a la potente luz de los reflectores del estudio de un canal de televisión. El resplandor de su presencia nos muestra las manchas, nos hace ver cómo realmente somos.

Cuando recibamos la revelación, y veamos cuán sucios e imperfectos somos ante la impecable pureza de la presencia de Dios, nos sentiremos avergonzados, condenados, asustados, y clamaremos como el profeta: “¡Ay de mí! que soy muerto.”

Seamos sinceros, siempre nosotros nos consideramos personas buenas, que estamos bien y somos mejores. ¡Los que se equivocan siempre son los demás!… el no ver a la luz de Dios lo que realmente somos nos hace ciegos a nuestra realidad.

¿Nos damos cuenta por qué necesitamos recibir la doble revelación?

Necesitamos la revelación de Dios para ver lo que realmente somos. Cuando eso suceda, desesperados clamaremos para que la misericordia de Dios nos alcance. Nos aferraremos a la gloriosa obra de Jesucristo en la cruz del calvario.

Es interesante notar que en el capítulo anterior a su encuentro con Dios, (capítulo 5), Isaías repetidamente dice – “¡Ay!” A los que hacen esto, y “¡Ay!” de los que hacen aquello – (5:8, 11, 18,20,21,22, etc.)

Sin duda alguna, el profeta de Dios era mucho mejor que los demás, pero cuando el recibió la doble revelación de Dios cambió su “Ay”. Ya no dijo más “¡Ay de ellos!” sino dijo: “¡Ay de mí!”.  ¡Así sucederá con nosotros cuando recibamos esta doble revelación!

Ya hemos visto la necesidad que tenemos de recibir una doble revelación de Dios, para ver la grandeza de Dios y conocernos a nosotros mismos.

Veremos a continuación los beneficios de recibir una doble revelación de Dios:

“Y voló hacia mí uno de los serafines, teniendo en su mano un carbón encendido, tomado del altar con unas tenazas;  y tocando con él sobre mi boca, dijo: He aquí que esto tocó tus labios, y es quitada tu culpa, y limpio tu pecado.” (v .6-7)

Primer beneficio: Ser limpios del pecado

Bajo el antiguo pacto, Dios proveyó el sistema de sacrificios para hacer expiación por los pecados del pueblo. Estos sacrificios de animales eran solo una imagen, prefigurando el sacrificio final de Cristo en la cruz.

El carbón tomado del altar simbolizaba que se había hecho un sacrificio. Isaías había confesado que era un hombre de labios inmundos, y ahora uno de los serafines toma un carbón ardiendo del altar y toca sus labios inmundos.

Los serafines declaran: “es quitada tu culpa, y limpio tu pecado”. Qué palabras tan maravillosas para Isaías, e incluso para cualquiera de nosotros. “Expiación” significa que la deuda del pecado está cubierta, pagada en su totalidad. ¡Total limpieza y perdón!

Isaías no dijo: – Sí, soy impuro, pero espera. Me esforzaré más. Dame una oportunidad y lo haré mejor -. Isaías fue limpio en un instante, no por su propio esfuerzo, sino puramente por la gracia de Dios.

De la misma manera, al aceptar el sacrificio de Cristo por nosotros, escuchamos las mismas palabras que Isaías escuchó: “es quitada tu culpa, y limpio tu pecado”.

Gracias a la obra de Cristo podemos estar delante de Dios sin ser consumidos. Nadie puede jactarse en su presencia. Por eso, debemos tener cuidado de pensar que por nuestros méritos estamos bien, o somos mejores. Si hemos avanzado espiritualmente, no ha sido por nuestra capacidad… ¡ha sido por la gracia de Dios!…y sin la gracia de Dios somos como cualquier otro pecador errante por el mundo.

El segundo beneficio de recibir la doble revelación es: Ser útiles para el servicio

Al confiar en la gracia de Dios, y vaciarnos de toda autosuficiencia, entonces, y solo entonces, estamos en la posición correcta para ser utilizados por Dios.  El v. 8 dice: “Después oí la voz del Señor, que decía: ¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros? Entonces respondí yo: Heme aquí, envíame a mí.”

Luego de ser limpiado por la gracia de Dios, el profeta se ofrece voluntariamente al servicio de Dios. Y lo que le sucedió a Isaías podría pasarnos a nosotros hoy.  Notemos la secuencia: 1) Ay de mí. ¡Sálvame! lo llevó a: 2) Heme aquí, ¡Envíame!

Si no hemos experimentado la doble revelación, transformaremos el servicio a Dios en una “plataforma” de promoción personal solo para ser conocidos y famosos y edificar nuestro “propio reino”. Nos sentiremos orgullosos “porque Dios nos utiliza más que los demás” o pensaremos que somos más ungidos que otros  o directamente que somos los “preferidos de Dios”.

No lo olvidemos: Donde la gracia de Dios fluye, el servicio genuino, humilde, de impacto espiritual fluye.  Si fuimos utilizados por Dios en el pasado, ha sido por su gracia, no porque fuimos mejores; si somos más utilizados hoy o estamos dotados diferente a los demás, ¡también es por su gracia y misericordia! No olvidemos lo que dice la Palabra en Isaías 57:15: “Porque así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre es el Santo: Yo habito en la altura y la santidad, y con el quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados.”

¿Nos damos cuenta por qué necesitamos recibir una doble revelación?

Es indispensable que tengamos la debida revelación de Dios, y luego de nosotros mismos. Eso implica lo siguiente: 1) Revelación de Dios, en su grandeza, gloria, santidad, poder, majestad y autoridad; y 2) Revelación de nosotros mismos, para valorar Su gracia y servirle con un corazón humilde.

¡Si aún no la has recibido, pídele al Señor hoy mismo esta doble revelación! ¡Cuándo eso suceda tu vida estará alineada en el cauce glorioso de la voluntad de Dios!

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