La obra expiatoria de Cristo en la cruz es un tema central en la Biblia. Toda la Palabra de Dios gira alrededor de éste tema.
Antes de que el Señor entregase el alma en la cruz dijo: “Consumado es“. En el original griego, la palabra y el tiempo utilizados denotan culminación absoluta. Podríamos obtener un mejor significado, traduciendo la frase como: “Está perfectamente perfecto”.
Para comprender en plenitud la obra expiatoria de Cristo, es menester ante todo, observar una distinción que las Sagradas Escrituras tienen el cuidado de hacer entre las palabras “pecado” (singular) y “pecados” (plural).
Los pecados (plural) son los diversos actos pecaminosos que un hombre puede cometer, mentir, robar, odiar, asesinar, etc. El pecado (singular) es la actitud interior del corazón y la mente, que hace pecar al ser humano, es decir, le hace cometer pecados.
El pecado es una naturaleza entenebrecida, depravada y corrupta. Es una actitud de rebelión contra Dios, una negativa a aceptar el dominio justo de Dios, una negativa a decir en cada acontecimiento y en toda circunstancia: “Hágase tu voluntad”.
El Apóstol Juan observa esta distinción entre “pecado” y “pecados” en el primer capítulo de su primera Epístola. En el v.10 escribe: “Si decimos que no hemos pecado, lo hacemos a él (Dios) mentiroso y su palabra no está en nosotros”. Aquí el significado es: “Si negamos que hemos cometido actos pecaminosos, estamos en efecto, llamando a Dios mentiroso y negando lo que su palabra dice acerca de nosotros”.
Esto es así, porque la Palabra de Dios dice: “Por cuanto todos pecaron” (Romanos 3:23), es decir, “todos han cometido actos pecaminosos”. Sin embargo, en versículo 8 del mismo capítulo de 1 de Juan se escribe: “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros“. Aquí el significado es: “Si negamos que nuestra naturaleza es depravada, corrupta y rebelde, estamos engañados acerca de la condición de nuestro corazón”. Somos engañados porque la verdad no está en nosotros.
Es por eso que convencer de pecado es una obra más profunda que convencer de pecados. La primera obra del Espíritu Santo es convencer de “pecados”. La segunda y más profunda obra el Espíritu es convencer de “pecado”.
De esta distinción se deduce que Cristo, para redimir al ser humano de su estado caído, no sólo tuvo que hacer expiación por los “pecados”, sino también por el “pecado” mismo.
Isaías 53 describe en detalle la obra expiatoria de Cristo. En el v. 5 leemos: “Mas él fue herido por nuestras rebeliones (plural), molido por nuestros pecados (plural)“. Por darnos la paz, cayó sobre él el castigo, y “por su llaga fuimos nosotros curados“. Aquí el significado es que Cristo expió nuestros “pecados”. El llevó el castigo por los actos pecaminosos que habíamos cometido y por los cuales nosotros habíamos violado la ley justa de Dios. De este modo él hizo posible que un Dios justo nos ofreciera la remisión de “los pecados pasados” (Romanos 3:25). No obstante, el “pecado” mismo también tenía que ser tratado.
El clímax de la expiación viene en el versículo 10 de Isaías 53, donde leemos: “Jehová quiso quebrantarlo, sujetándolo a padecimiento. Cuando haya puesto su vida en expiación por el pecado, verá descendencia, vivirá por largos días y la voluntad de Jehová será en su manos prosperada”.
Aquí la traducción del hebreo “expiación del pecado” es, la misma palabra para “pecado” (o “culpabilidad”), en razón de que, según la ley del sacrificio, cualquier criatura ofrecida por el pecado era identificada con el pecado por el cual era ofrecida. Por lo tanto, la misma palabra hebrea significaba “pecado” y “ofrenda por el pecado”. De manera que, el significado literal del pasaje es que Dios hizo que el alma de Jesús se convirtiera en “pecado”.
Se ve que el apóstol Pablo comprendía el pasaje de la misma manera, porque en 2 Corintios 5:21 lo cita como sigue: “Por nosotros lo hizo pecado“. Pablo no dice meramente que lo hizo “una ofrenda para el pecado, sino que fue hecho en el mismo “pecado”. Este es, entonces, el clímax de la expiación de Cristo.
Cristo no sólo llevó nuestros “pecados” y recibió el castigo que merecíamos como consecuencia de estos. En realidad él fue identificado con el mismo “pecado”, con nuestra naturaleza entera, corrupta, depravada, caída, para que pudiéramos tener una liberación completa de esta naturaleza. Como prueba de que la expiación es ahora completa, sigue, por primera vez en este capítulo 53, una nota de liberación y victoria: “verá descendencia, vivirá por largos días y la voluntad de Jehová será en su mano prosperada.”
La verdad de que Cristo en la cruz fue identificado con nuestra naturaleza caída, pecaminosa, para que pudiéramos tener una liberación completa de esa naturaleza, está detallada en el Nuevo Testamento. En Romanos 6:6 leemos: “Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado (singular) sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado (singular)”.
En el mismo momento que Cristo murió en la cruz del calvario y esto debemos creerlo por fe, nuestra naturaleza caída pecaminosa, murió en él y con él. Otra vez, en 2 Corintios 5:21 leemos: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros seamos justicia de Dios en él”. Así
como Jesús tomó sobe sí mismo nuestro pecado innato, así podemos, por la fe, tomar nosotros su rectitud innata (“la rectitud de Dios”), una rectitud que es incapaz de pecar.
Así com la convicción de “pecado” es una obra más profunda que la convicción de los “pecados”, la liberación del “pecado” mismo es una obra mucho más poderosa que le mero perdón de “los pecados pasados”. La condición para esta liberación es doble. Primero, debemos quedar convencidos no sólo de los “pecados”, sino también del “pecado”.
Debemos admitir que nuestra naturaleza entera es completamente corrupta. Debemos decir como Pablo “Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no habita el bien” (Romanos 7:18). En segundo lugar, debemos creer con el corazón, y confesar con la boca, que Cristo expió nuestra pecaminosidad, para que pudiéramos recibir su rectitud. Debemos decir como Pablo otra vez, “Con Cristo estoy juntamente crucificado”, es decir, mi vieja naturaleza pecaminosa está muerta con Cristo en la cruz, y “ya no vivo yo, más vive Cristo en mí” (Gálatas 2:20).
Así como yo soy completamente depravado, incapaz de vivir en rectitud, así es Cristo completamente justo, incapaz de pecar. Esta es la rectitud que Dios nos ofrece a través de la obra expiatoria de Cristo en la cruz del Calvario.
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