Por Ritchie Pugliese
En Hechos capítulo 12 encontramos el relato de la liberación milagrosa de Pedro. Cuando el ángel del Señor se le apareció y lo sacó sobrenaturalmente de la cárcel, Pedro fue corriendo a la casa donde la Iglesia estaba reunida orando fervientemente por él. El lugar de reunión no era un edificio o un templo, sino una casa. Un hogar donde había una reunión de oración.
La Iglesia estaba experimentando tiempos de persecución y sus miembros respondieron con oración. Las casas se transformaron en iglesias. Cada uno de esos hogares estaba conectado a un centro apostólico.
Por lo general, cuando nos referimos a “ir a la iglesia” pensamos en una reunión de personas congregadas en un edificio. En nuestro cristianismo moderno las actividades centrales están concentradas en el edificio de la iglesia; pero si estudiamos la Palabra de Dios y la historia de la Iglesia, veremos la importancia de los hogares.
Cada avivamiento de la historia trajo siempre un regreso a las reuniones o iglesias hogareñas. La Iglesia primitiva se concentraba en el hogar para poder multiplicarse más rápido. Los primeros cristianos iban a una ciudad a plantar una iglesia madre y, a medida que ministraban en el Espíritu, se iban multiplicando. Así fue como la Iglesia primitiva conquistó al Imperio Romano.
En la ciudad de Roma la Iglesia comenzó con una reunión hogareña, y al final del primer siglo los estudiosos afirman que se habían multiplicado en diez mil iglesias hogareñas. Esta idea no está muy aceptada por las congregaciones tradicionales donde el concepto de “iglesia” está asociado a un edificio determinado. En la Biblia encontramos que la vida espiritual se desarrollaba, principalmente, en los hogares.
Para el pensamiento hebreo, el hogar era un lugar central, considerado como un pequeño santuario apartado para adorar, alabar a Dios y estudiar las Sagradas Escrituras. Allí también celebraban las fiestas anuales (la pascua, el pentecostés, etc.), allí se reunían los viernes por la noche para dar la bienvenida al Sabbat o día de reposo. Allí comían, celebraban y cantaban al Señor.
En el Nuevo Testamento la Iglesia estaba concentrada en el hogar. Generalmente, se reunían en un aposento o el patio de una casa los sábados por la tarde cuando empezaba el primer día de la semana. Para la Iglesia primitiva, la actividad estaba centrada en el hogar.
La Iglesia, que comenzó en el aposento alto, al final del primer siglo se extendió al norte hasta Alemania, al este hasta Inglaterra, al oeste hasta la India y al sur hasta el Sahara en África. En Hechos 5:28 y 17:6 vemos que en los primeros 67 años, misioneros, como Pablo, llevaron el Evangelio a todo el mundo conocido… y las iglesias hogareñas se multiplicaban.
En la mentalidad de esa época, la Iglesia primitiva incluía a las iglesias hogareñas… pero en el siglo IV, bajo el reinado de Constantino, se les prohibió a los cristianos reunirse en los hogares y solo se les permitió reunirse masiva y públicamente, lo cual dio lugar al formato de Iglesia que conocemos hoy.
La importancia de la presencia de Dios en el hogar
El mayor avivamiento de la historia moderna comenzó con el Conde Nicolás Von Zinderdorf en la pequeña aldea de Herrnhut, Alemania a principios del año 1700. En 1727 el Espíritu Santo se derramó y esa aldea se transformó en un centro apostólico, enviador de avivamiento hacia todo el mundo. Transformaron ese lugar en un lugar continúo de oración, alabanza y adoración a Dios y lo hicieron continuamente por cien años, las 24 horas del día y los 7 días de la semana. Esto impactó al mundo, porque de allí se llevó el Avivamiento a Inglaterra, donde se produjo el avivamiento Wesleyano. También fue llevado a los Estados Unidos en lo que se conoció como el Gran Avivamiento.
También se extendió hacia Groenlandia, América del Sur, Sudáfrica, Australia y el Tibet.
Lo interesante de todo esto es que en la aldea de Herrnhut no había un gran templo donde oraban ni tenían un edificio central… ¡oraban en sus hogares!
Jesús prometió en Mateo 18:20 que donde dos o tres se reunieran en su nombre Él estaría allí. Ese es el concepto de Iglesia en la mente de Dios, el cual difiere de nuestra manera de pensar. Nosotros pensamos en una iglesia como un gran edificio con mucha gente, cuando para Dios, donde hay dos o tres reunidos ya existe una iglesia.
Quizás todo lo anteriormente expuesto pueda interpretarse como una manera de fomentar las reuniones en el hogar, lo cual sería una bendición; pero lo que quiero señalar va mucho más allá.
Según Mateo 18:20: “Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”, la presencia del Señor está donde hay dos o tres congregados en su nombre; de modo que el matrimonio, donde hay un hombre y una mujer reunidos, encaja perfectamente en esa promesa. Cuando los dos cónyuges son hijos de Dios y tienen la misma experiencia y vivencia espiritual, ese hogar se transforma en un santuario o, lo que yo llamo, una “iglesia hogareña matrimonial” donde el Señor ha prometido estar presente.
Existe otro pasaje que tiene estrecha relación con el matrimonio y el pasaje de Mateo 18:20. Eclesiastés 4:9-10 dice lo siguiente: “Mejores son dos que uno; porque tienen mejor paga de su trabajo. Porque si cayeren, el uno levantará a su compañero; pero ¡ay del solo! que cuando cayere, no habrá segundo que lo levante”. ¡Existe algo poderoso en el acuerdo entre dos personas, y que mejor formato que el del matrimonio para poder expresarlo y manifestarlo!
Mateo 18:19 también expresa esta verdad, la cual se puede incluir a la relación matrimonial: “Otra vez os digo, que si dos de vosotros se pusieren de acuerdo en la tierra acerca de cualquiera cosa que pidieren, les será hecho por mi Padre que está en los cielos”.
Les he transmitido todas estas verdades, porque creo que para los tiempos que se avecinan, Dios nos está invitando a entrar a una nueva dimensión divina del hogar y la vida matrimonial. Dios quiere levantar iglesias-hogareñas-matrimoniales. No me estoy refiriendo a fundar una nueva congregación ni que nuestro hogar se transforme en el grupo hogareño de una congregación. Me estoy refiriendo a transformar el hogar donde vive cada matrimonio en un lugar de fortalecimiento espiritual donde, unidos entre si y tomados de la mano de Dios, con su clamor puedan cambiar las circunstancias y traer el cielo a la tierra.
Nuestro anhelo es ver establecido en varios puntos del planeta este tipo de hogares donde tanto el marido como la mujer, se consagren primeramente al Señor y luego consagren su hogar para que Dios envíe al Espíritu Santo prometido y se mueva con libertad en ese lugar. Cada hogar será transformado y cada matrimonio será renovado espiritualmente en lo que será una “iglesia hogareña matrimonial”. Ese será un lugar desde donde saldrán saetas del Espíritu dirigidas a otros lugares mediante la oración, la intercesión, los decretos proféticos espirituales y la autoridad de la sangre de Cristo.
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