DESARROLLA TU SEXTO SENTIDO ESPIRITUAL

Por Ritchie Pugliese

1ra Corintios 2:9-16 dice: “Antes bien, como está escrito: Cosas que ojo no vio ni oído oyó, Ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman. Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios. Porque ¿Quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios. Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido, lo cual también hablamos,… pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y nos las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente.”

Dios ha dotado a todas sus criaturas con los cinco sentidos naturales (oído, olfato, visión, gusto y tacto) pero únicamente aquellos que son hijos de Dios tienen la posibilidad de desarrollar su sexto sentido espiritual.

Para poder comprender el mundo espiritual sobrenatural es necesario aprender a desarrollar el sexto sentido.

Una persona puede tener una visión y oído excelentes naturales pero puede carecer de visión y oído espiritual para ver y oír lo que Dios quiere hacer.

El Señor nos ha dotado del sexto sentido espiritual, la fe, para que podamos ver y oír el mundo espiritual y hacer la obra sobrenatural de Dios aquí en la tierra.

En la Palabra de Dios encontramos varios pasajes donde se nos exhorta a mirar y ver el mundo espiritual con nuestro sexto sentido espiritual. Esta clase de visión u oído no tiene nada que ver con lo natural:

Hebreos 12:2 dice: “puestos los ojos en Jesús…”

Hebreos 11:27 dice: “se sostuvo viendo al invisible”

Juan 4:35 dice: “Alzad vuestros ojos y mirad…”

Génesis 13:14-15 “Alza ahora tus ojos y mira… toda la tierra que ves”

Apocalipsis 2:7, 11,17, 29; 3:6, 13,22 “el que tiene oídos, oiga…”

Marcos 8:18 dice: “¿Teniendo ojos no veis y teniendo oído no oís?”

Jeremías 5:21 dice: “Oíd ahora esto, pueblo necio y sin corazón, que tiene ojos y no ve, que tiene oídos y no oye”

Estos pocos pasajes reflejan la verdad espiritual que uno puede tener sus sentidos naturales bien activos pero puede tener a la vez atrofiados su sexto sentido espiritual. Las cosas del Espíritu de Dios solo pueden ser percibidas, entendidas, vistas y creídas por el sexto sentido espiritual, la fe.

El sexto sentido que Dios nos ha dado se desarrolla con la Palabra de Dios. Romanos 10:17 dice: “Así que, la fe es por el oír, y el oír por la Palabra de Dios”.

La Palabra de Dios viene revelada a nuestras vidas de dos maneras:

1. La Palabra profética más segura (2 Pedro 1:19), los 66 libros de la Biblia;

2. La Palabra profética por medio de los dones de revelación descriptos en 1 Corintios 12:7-10 (Palabra de Sabiduría; Palabra de ciencia o conocimiento y Profecía)

Si bien el creyente debe vivir guiado por el Espíritu de Dios y su Palabra, en tiempos especiales, Él puede darnos palabras direccionales para ayudarnos a mantenernos confiando y creyendo que llegaremos a buen puerto.

Si estamos dispuestos a ver cumplido el plan precioso del Señor en nuestras vidas debemos estar dispuestos a ser guiados por la Palabra de Dios.

El “padre” del sexto sentido espiritual fue Abraham, quien con su fe nos dejó hermosas lecciones para nosotros hoy. Cuando miramos su carrera espiritual y el proceso por el que atravesó para posteriormente transformarse de un esposo estéril a un padre de multitudes, veremos como Dios lo fue guiando con diversas palabras especificas a manera de vellones o estacas  a fin de motivarle a seguir creyendo y no darse por vencido:

En Génesis 12:1,2 y 4 Dios comienza a darle una palabra de propósito específico para su vida: “Pero Jehová había dicho a Abraham: Vete de tu tierra y de tu parentela y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición… y se fue Abraham, como Jehová le dijo…”

Posteriormente a esta palabra inicial vinieron cuatro palabras más para confirmar la primera dada y aun para añadir alguna bendición más. Estas palabras vinieron en diversas etapas de la vida de Abraham. Su tiempo de espera confiada dependió en gran manera de creer estas palabras como palabras recordatorias del Espíritu de Dios para alentarle a seguir confiando hasta el cumplimiento visible de la promesa.

Veamos la secuencia entonces:

1. PRIMER VELLÓN O PALABRA CONFIRMATORIA (Abram tenía 75 años, estéril)

Leemos en Génesis 12:7 “Y apareció Jehová a Abram, y le dijo: A tu descendencia daré esta tierra. Y edificó allí un altar a Jehová, quien le había aparecido”

2. SEGUNDO VELLÓN O PALABRA CONFIRMATORIA

Leemos en Génesis 13:14-17 “Y Jehová dijo a Abram…. Alza ahora tus ojos, y mira desde el lugar donde estás hacia el norte y el sur, y al oriente y al occidente. Porque toda la tierra que ves, la daré a ti y a tu descendencia para siempre. Y haré tu descendencia como el polvo de la tierra; que si alguno puede contar el polvo de la tierra, también tu descendencia será contada. Levántate, ve por la tierra a lo largo de ella y a su ancho; porque a ti la daré.”

3. TERCER VELLÓN O PALABRA CONFIRMATORIA (Abram tenía 83 años)

Leemos en Génesis 15:4-6 “Luego vino a él palabra de Jehová diciendo:…Y lo llevó fuera, y le dijo: Mira ahora los cielos, y cuenta las estrellas, si las puedes contar. Y le dijo: Así será tu descendencia. Y creyó a Jehová, y le fue contado por justicia”

(Entre la tercera y cuarta palabra leemos que Abram y Sarai intentaron ayudar a Dios (en realidad complicaron las cosas) al intentar recibir un hijo por medio de una criada. Lea Génesis 16. Esto nos enseña que si no estamos dispuestos a esperar el tiempo de Dios podemos “fabricar” una bendición pero sin la gestación y aprobación de Dios)

4. CUARTO VELLÓN O PALABRA CONFIRMATORIA

Leemos en Génesis 17:1-4: “Era Abram de edad de noventa y nueve años, cuando le apareció Jehová y le dijo: Yo soy el Dios Todopoderoso; anda delante de mí y se perfecto. Y pondré mi pacto entre mí y ti, y te multiplicaré en gran manera. Entonces Abram se postro sobre su rostro y Dios habló con él, diciendo: He aquí mi pacto es contigo, y serás padre de muchedumbre de gentes.”

Junto con esta nueva palabra direccional Dios cambió el nombre de Abram en Abraham (v. 5 “Padre de multitudes”) y el de Sarai en Sara (v. 15-16 “Princesa”).

El nombre dado a una persona en los tiempos bíblicos hablaba acerca de su persona,  sus características y futuro en la vida. Con esto aprendemos que antes de recibir la bendición de Dios necesitamos un cambio de nombre, un cambio de personalidad y un cambio de visión. A menos que suceda eso, no estaremos en las condiciones requeridas por Dios para recibir su bendición.

Cuando Dios nos habla durante nuestro trayecto espiritual debemos aprender a no dudar y a mantenernos creyendo. Esto es una decisión interior personal. ¿Cómo lograrlo? Confesando la Palabra de Dios.

Romanos 10:8 dice: “Esta es la palabra de fe que predicamos”. Lo que está diciendo aquí el Apóstol Pablo es: “en esto consiste la palabra de fe que predicamos”, y a continuación comienza a explicarla en los vv. 9-10: “Que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación.”

Note lo que el Apóstol Pablo afirma: No basta solo con creer en el corazón. La creencia debe venir acompañada con la confesión de nuestra boca.

Cuando uno cree en el corazón se coloca en la línea apropiada y aprobada de Dios, que es su justicia, así como Abraham lo  hizo (Génesis 12:6).

Cuando uno confiesa con la boca, se suelta la concreción terrenal de la bendición de Dios. Así como la confesión necesita del creer, no se puede creer sin confesar.

Para entenderlo viene bien dar el ejemplo de una locomotora. Ella (que representa la confesión de nuestra boca) puede tener mucha potencia y velocidad pero necesita primero ser colocada en las vías correspondientes (que representan el creer en el corazón) para poder moverse.

Existen muchos cristianos que creen en su corazón pero no confiesan con sus labios lo que creen y se pierden muchas bendiciones de Dios.

Confesar  la Palabra de Dios (como dijimos antes, puede ser una promesa escrita de la Biblia o una palabra profética recibida por los canales adecuados del Señor) implica decir lo mismo que ha dicho Dios sobre una circunstancia específica; confesar la Palabra de Dios es llamar las cosas que no son todavía como si fuesen (Romanos 4:17).

Confesar la Palabra de Dios es una expresión de fe en lo que Dios nos dijo. La fe crece con la confesión pero puede perderse si hablamos otra cosa (Ej.: queja, duda, incredulidad, temor, etc).

Muchos creyentes pierden su fe hablando en vez de asegurarla. Es por eso  que Hebreos 4:14 nos exhorta a que retengamos nuestra confesión o profesión de fe pues perder nuestra confesión nos hace perder la bendición.

Necesitamos aprender a desarrollar nuestro sexto sentido espiritual, la fe, para poder recibir lo que Dios nos dijo que vamos a recibir. Necesitamos confesar la Palabra de Dios hasta que llegue el momento de recibir visiblemente lo que hemos confesado.

Entre el momento inicial que Dios nos habla y su cumplimiento siempre existe un lapso de tiempo y eso implicará para nosotros esperar pacientemente. Si nuestra espera no es acompañada con fe y confesión podemos extender el tiempo de recepción o sencillamente perdernos la bendición de Dios.

El proceso espiritual de esperar para poder recibir algo de Dios es similar al tiempo del embarazo, el cual tiene tres ciclos o tiempos:

a) El tiempo inicial de la concepción,

b) Luego viene el tiempo de espera y proceso de gestación y

c) Luego llega el final feliz, el alumbramiento.

Bíblicamente hablando no es incorrecto decir que debemos “embarazarnos de la Palabra de Dios” para incubarla en nuestro ser y darla a luz en el tiempo de Dios.  – ¿Dónde está eso en la Biblia?, quizás te preguntes.

En Lucas 1:26-38 encontramos el relato de cómo María iba a quedar embarazada por el poder del Espíritu Santo para dar a luz a Jesús.

Muchos no nos hemos dado cuenta que esto, más allá del glorioso cumplimiento profético de cómo nacería el Salvador de una virgen, es un principio general para dar a luz el plan de Dios en nuestras vidas.

El v.31 dice: “Y ahora, concebirás en tu vientre, y darás a luz…” ¿Cómo iba a ser esto posible? El v.35 dice: “Respondiendo el ángel, le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo ser que nacerá…” El Espíritu Santo es el que inicia el proceso del embarazo de las cosas santas de Dios en nuestro ser.

En Génesis 1:2 leemos que “el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas”. La palabra  hebrea para “movía” es “rachaph”, un término reproductivo que describe al esposo incubando sobre la esposa con el fin de procrear para lograr tener prole o descendencia.

Una vez que la semilla del Espíritu ha dado inicio a la gestación de algo que Dios quiere hacer, solo es cuestión de esperar el tiempo del alumbramiento. Mientras ese día llegue debemos mantenernos creyendo y confesando lo que Dios dijo que había de ser.

En el Antiguo testamento encontramos algo similar en la vida del profeta Ezequiel en el valle de los huesos secos. Ezequiel 37 tiene algunos parámetros interesantes para enseñarnos lo que es dar a luz algo de Dios como resultado de una palabra previa dada por el Señor.

El cuadro del valle era desgarrador donde solo había huesos, bien secos (v.2). El relato continua con una palabra que Dios le da al profeta, similar a lo que hemos venido hablando en este artículo (v.4-6) “Me dijo entonces: Profetiza sobre estos huesos y diles: Huesos secos, oíd palabra de Jehová. Así ha dicho Jehová el Señor a estos huesos: He aquí,  yo hago entrar espíritu en vosotros y viviréis… y sabréis que yo soy Jehová”

¿Qué le pidió el Señor? Que hablase a los huesos secos ¿Qué tenía que hacer específicamente? Creerle a Dios y repetir la Palabra que había recibido. Esto es ni más ni menos que la confesión de la Palabra de Dios (sea revelada o por medio de los dones de revelación) ¿Cuál fue el resultado? (v.7-8) “profeticé, pues, como me fue mandado; y hubo un ruido mientras yo profetizaba, y he aquí un temblor; y los huesos se juntaron cada hueso con su hueso. Y miré, y he aquí tendones sobre ellos, y la carne subió, y la piel cubrió por encima de ellos; pero no había en ellos espíritu”

La obra de Dios aún no había terminado,  y se requeriría la colaboración del profeta otra vez. Ahora le dice el Señor (v. 9) “y me dijo: Profetiza al espíritu, profetiza, hijo de hombre, y di al espíritu: Así ha dicho Jehová el Señor: Espíritu, ven de los cuatro vientos y sopla sobre estos muertos, y vivirán. Y profeticé como me había mandado, y entró espíritu en ellos; y vivieron y estuvieron sobre sus pies; un ejército grande en extremo”

¿Qué hubiera pasado si el profeta se hubiera negado a creer la Palabra de Dios y no confesarla con sus labios? ¡Nada hubiera sucedido!

Dios necesita canales dispuestos y obedientes a fin de que su gloria se manifieste a través de ellos.

¿Se va dando cuenta la importancia que existe en desarrollar el sexto sentido espiritual creyendo en la palabra de Dios y confesándola con nuestra boca?

Para poder desarrollar el sexto sentido espiritual debe haber un proceso transformador interior detallado en Romanos 12:2: Renovar la mente.

Cuando renuevo mi mente, puedo pensar lo que Dios me está diciendo, puedo creer lo que Dios me pide y puedo confesar lo que Dios quiere hacer.

En otras palabras: Renovar la mente + Pensar + Creer + Confesar = Recibir de Dios.

Una vez leí algo muy interesante referido a este tema y decía: “Si mi confesión es incorrecta, mi creencia será incorrecta; Si mi creencia es incorrecta es porque estoy pensando incorrectamente; Si pienso incorrectamente es porque mi mente todavía no ha sido renovada por la Palabra de Dios”

El Señor nos desafía en esta hora a desarrollar nuestro sexto sentido espiritual, creyendo en su Palabra y confesándola con nuestra boca para que veamos lo invisible, creamos lo imposible y recibamos lo increíble. ¡No te quedes pasivo un segundo más, ahora es el tiempo indicado para actuar y desarrollar tu sexto sentido espiritual! Si lo haces, ¡verás la gloria de Dios en tu vida, familia, negocio, iglesia y ministerio!

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