AGENTES SANADORES EN UN MUNDO CONTAMINADO

Tomado del libro “La unción de riqueza”, capítulo 11, escrito por Ritchie Pugliese

La Palabra de Dios, en Ezequiel 47, habla sobre las aguas que salían del templo alcanzando varios niveles de profundidad. Esas aguas que fluyen son un símbolo de la presencia del Espíritu Santo derramándose sobre la tierra. Luego el versículo 9 dice: «Por donde corra este río, todo ser viviente que en él se mueva vivirá. Habrá peces en abundancia porque el agua de este río transformará el agua salada en agua dulce, y todo lo que se mueva en sus aguas vivirá». Y luego el versículo 12 añade: «Porque el agua que los riega sale del templo. Sus frutos servirán de alimento y sus hojas serán medicinales».

Este es un pasaje profético que habla acerca de la sanidad de las naciones por medio de la presencia de Dios. Por lo general hemos pensado que el pasaje se refiere a lo espiritual, y así es; pero podemos perder de vista que también se aplica a lo natural. Tal concepto se evidencia a través de todas las páginas de la Biblia. Lo espiritual siempre da lugar a lo natural. La Biblia dice que lo que se ve (lo natural) fue hecho de lo que no se veía (lo espiritual), es decir, primero está lo espiritual y luego lo natural (véase Hebreos 11:3).

Dios quiere renovar nuestra manera de ver las cosas. Como cristianos sabemos que existen dos clases de vista: la natural, que solo ve lo físico, y la espiritual, que ve el obrar de Dios con los ojos de la fe.

De forma lamentable, existen cristianos que no han aprendido a ver con los ojos de la fe y, por lo general, critican o rechazan lo que solo se puede discernir espiritualmente. Dios quiere que entendamos las cosas espirituales y todo lo que él quiere hacer, lo cual se revela y se recibe por fe.

Nuestra manera de ver las cosas, a menos que experimentemos una renovación de la mente por medio del Espíritu Santo, hará que percibamos solo los resultados naturales de las cosas visibles. Cuando nos ejercitamos para ver como Dios ve, dejamos de percibir solo el resultado natural de algo visible sino también advertimos lo que hay detrás, lo espiritual, pues lo natural siempre tiene sus raíces en lo espiritual.

Este concepto de ver lo que hay detrás de lo natural es sumamente práctico. Por ejemplo, cuando operan los espíritus inmundos de perversión y libertinaje sexual, esto se ve plasmado en una conducta sexual pervertida y libertina de la gente y su medio ambiente; en cambio, cuando opera el Espíritu de santidad, vemos su efecto santificador en los individuos y su entorno. Dios es un transformador por excelencia, completo y total. Es por eso que la sanidad de las naciones vendrá, en lo natural, como resultado del cambio espiritual.

Por años la iglesia se ha movido bajo un manto de falsa espiritualidad, conformándose con salvar almas para la eternidad sin preocuparse por formar vidas ejemplares que manifiesten el señorío de Cristo aquí en la tierra. Hemos «celestializado» tanto las cosas, dejando todo para cuando estemos en el cielo, que hemos descuidado nuestra vida en la tierra y su medio ambiente.

No sé por qué motivo la iglesia se ha quedado por tanto tiempo cantando solo acerca de las calles de oro, el mar de cristal y el momento en que estemos con Cristo en el cielo; pero lo cierto es que ha perdido la visión de Dios de impactar en el presente, manifestando la sanidad de Dios sobre la tierra y haciendo de este mundo un lugar mejor para vivir.

Por mucho tiempo nos hemos conformado con decir que la vida es un valle de lágrimas y que solo cuando estemos con Cristo gozaremos de la perfección total, anulando así nuestra capacidad de movernos por fe y de ser agentes sanadores de la tierra y sus habitantes.

Esto que estoy hablando no tiene nada que ver con la teología errónea del «reino de Dios ahora», la cual niega el arrebatamiento, la venida de Cristo y el cumplimiento de los acontecimientos escatológicos revelados en la Biblia. Nuestro temor a abrazar una doctrina errónea nos ha hecho perder fuerza espiritual en la tierra, de tal manera que mientras el Señor retarda su venida para dar la posibilidad de que todos puedan arrepentirse y volver a él, la iglesia se cruza de brazos esperando que todo se ponga peor y que Dios nos saque de la tierra. Esta perspectiva de la iglesia ha sido la de una huida derrotada, cuando en realidad la propuesta del Señor es un arrebatamiento en conquista y victoria frente a las fuerzas de maldad.

El Señor está cambiando las cosas en este tiempo y abriendo los ojos a su iglesia para que ella sea el agente sanador, la embajadora de Dios que manifieste el poder y la autoridad divinos dondequiera que se encuentre. Esta es nuestra misión como iglesia mientras estemos en la tierra hasta que los tiempos proféticos de su venida se cumplan. La iglesia de Jesucristo es un agente sanador total cuando se mueve bajo el poder del Espíritu Santo.

El pasaje de Jeremías 1:10 refleja una verdad importante, relacionada con lo que Dios quiere hacer con la unción de riqueza. He hablado en otros capítulos acerca de que se avecinan tiempos en los cuales Dios operará de modo sobrenatural con la producción de la tierra, desatándose una bendición celestial sobre lo que la tierra produzca. No obstante, este pasaje nos dice que antes de plantar y edificar es necesario realizar varias cosas: «Mira, hoy te doy autoridad sobre naciones y reinos, para arrancar y derribar, para destruir y demoler, para construir y plantar».

Tales palabras dan la idea de un proceso de limpieza previo a la siembra y la edificación. En términos espirituales, esto implica un conflicto contra las fuerzas espirituales de maldad, pues el Señor le ha dado autoridad a la iglesia para abrir y cerrar, para arrancar y destruir, con el fin de que sus bendiciones puedan fluir; sin embargo, el enemigo no se quedará con los brazos cruzados, sino que presentará una severa resistencia para impedirlo.

Hoy en día vemos progresar la contaminación de las aguas y de la tierra a pasos agigantados. Muchos le echan la culpa a la chatarra espacial, a la basura, a la capa de ozono y al descuido de la gente; desde luego, todo esto tiene su razón, pero al mirar las cosas desde el punto de vista espiritual vemos que detrás de todo esto se halla la mano macabra y destructora del enemigo, que aspira destruir lo que Dios ha creado para bendición de la humanidad.

Cuando leemos acerca de la creación en el libro de Génesis, vemos que Dios colocó a Adán en un jardín, una parcela de tierra, para que la labrara, cuidara y guardara (Génesis 2:15). Note el mandato de Dios: cuidar y guardar. El jardín se llamaba Edén, que significa «gozo», un lugar de deleite para el ser humano. Esa parcela de terreno asignada a Adán estaba protegida por Dios, el dueño creador, y a la vez debía ser cuidada y guardada por el hombre, el administrador de la tierra. Se trataba de una doble asociación del cielo con la tierra para el cuidado de esta última. Todo marchaba bien, hasta que el hombre cayó en la trampa del enemigo y desobedeció a Dios (Génesis 3). La Biblia dice que, como consecuencia, la tierra comenzó a producir espinos y cardos, dando a entender que la misma cayó bajo la influencia del enemigo y quedó maldecida.

Gracias a Dios, y lo creo de todo corazón, a través de la obra de Cristo en la cruz del Calvario se quebró por completo (tanto a nivel espiritual como material) todo reinado o imperio de la muerte (Hebreos 2:14). En Cristo podemos cancelar toda maldición y tener ahora vida abundante y eterna (Juan 10:10b), podemos tener sanidad y salud divina cada día y también sanar la tierra para que produzca la bendición de Dios.

Ahora bien, lo que legalmente nos corresponde por decreto de Dios no se obtiene con los brazos cruzados, sino actuando por fe y en obediencia. Dios tenía preparado para mí en Cristo su salvación, pero el que tuvo que dar el paso de fe para recibirla fui yo, y con todas las demás bendiciones del Señor sucede lo mismo. Esta es una tarea conjunta entre Dios en el cielo y nosotros aquí en la tierra.

Dios nos ha dado a cada uno una parcela de terreno para cuidar y trabajar, no se nos ha asignado todo el mundo. Debemos ser agentes sanadores en el lugar geográfico donde Dios nos ha ubicado; y eso, repito, implica una lucha espiritual, un sacrificio esforzado y, por cierto, una gloriosa recompensa divina.

No sé si toda la iglesia en la actualidad está dispuesta a pagar este precio, pero declaro de modo profético que Dios renovará por medio de su Espíritu la autoridad de su cuerpo, la iglesia, para que se levante más que vencedora y ocupe de una vez por todas su posición de autoridad espiritual sobre la faz de la tierra.

En los últimos años he hablado con algunos pastores, y cada vez que les mencionaba la necesidad de levantarse con autoridad divina para hacer guerra espiritual, con acciones proféticas para sanar la tierra, me miraban con desinterés y decían: «No quiero meterme en problemas, quiero una vida “normal” para la iglesia».

Más de una vez le he manifestado mi frustración al Señor, diciendo: «Señor, parezco el único “loco” que pretende esto. ¿No estaré equivocado con respecto a lo que quieres hacer en tu iglesia?» ¡Bendigo el nombre del Señor, pues siempre me ha animado a no bajar los brazos y seguir adelante a pesar del rechazo de aquellos que, con su actitud de complacencia y adormecimiento espiritual, no pueden mirar más allá de sus narices a lo que Dios está diciendo en esta hora crucial de la historia!

Glorifico al Señor también porque ya en muchos lugares ha levantado, y lo seguirá haciendo, un remanente fiel de gente llena de la gloria de Dios que está poniendo las cosas en su debido lugar, convirtiéndose en la sal de la tierra y la luz del mundo (Mateo 5:13-16). Ellos se han colocado en la brecha espiritual y son canales disponibles para hacer uso de la autoridad de Cristo en la tarea de limpiar el suelo en el que habitan… ¡y Dios los está respaldando ampliamente! ¡Es tiempo de que, como iglesia, nos levantemos para ser agentes sanadores totales en el nombre del Señor Jesús!

En la Biblia encontramos a los serafines que rodean el trono del Señor mientras ven la tierra llena o sanada por la presencia de Dios (Isaías 6:3), así como también el poder de Dios que fluye para la sanidad de la tierra (Apocalipsis 22:2). En Isaías 61:11 leemos que el Señor quiere hacer brotar de la tierra justicia y alabanza en todas las naciones. Esto queda ejemplificado en la sanidad de las aguas amargas de Mara (Éxodo 15:22-27). Lo encontramos en las palabras que Jesús le dijo a sus discípulos, seguro también pensando en su iglesia del futuro, acerca de que somos la sal de la tierra (Mateo 5:13). La sal en aquella época era un agente preservador, que evitaba que los alimentos se echaran a perder y permitía que se conservaran bien.

Aplicado a nosotros hoy, Dios nos llama a ser agentes sanadores de la tierra, pues si esta no es sanada no puede fluir la bendición de la misma a través de la unción de riqueza.

Los minerales, el petróleo, el oro y las piedras preciosas están debajo de la tierra, y creo que se avecinan tiempos en los que el Espíritu Santo nos asombrará, pues cuando limpiemos las cuatro capas de Jeremías 1:10 podremos ver y tomar lo que ha estado oculto debajo de la tierra por mucho tiempo, produciendo grandes dividendos y riquezas para la iglesia de Cristo. Declaro de modo profético que se descubrirán nuevas reservas en diferentes suelos y en lugares donde naturalmente es imposible hallarlos. ¡Esta será la obra del Espíritu Santo operando sin precedentes en la tierra!

Ahora bien, ¿cómo se limpiará la tierra? En verdad, se realizará con el poder del Espíritu Santo, a través de la acción decidida y valiente de la iglesia por medio de la intercesión profética, la autoridad espiritual y las declaraciones proféticas. Posterior a este proceso de limpieza vendrá un proceso diferente y ascendente de plantación y edificación. No será nada inmediato, sino algo similar al proceso de la siembra y la cosecha, aunque Dios es soberano y puede acelerar los tiempos según lo determine en su sabiduría.

En la parábola del sembrador encontramos diferentes tipos de terreno que nos pueden dar una orientación de cuáles capas debemos remover para traer sanidad a la tierra y que, de esta manera, pueda fluir la unción de riqueza:

Primera capa de tierra:

«Los que están junto al camino son los que oyen, pero luego viene el diablo y les quita la palabra del corazón, no sea que crean y se salven» (Lucas 8:12).

Aquí vemos que este tipo de tierra está dominada por el diablo, que vino para hurtar, matar y destruir (Juan 10:10a). Estas son capas originadas por el pecado de la gente, las maldiciones generacionales, la idolatría, el ocultismo, los derramamientos de sangre, el quebrantamiento de los pactos estipulados por Dios, etc. La práctica de todas estas cosas no hace más que darle dominio y señorío al enemigo, causando muerte y destrucción.

Segunda capa de tierra:

«Los que están sobre las piedras son los que reciben la palabra con alegría cuando la oyen, pero no tienen raíz. Éstos creen por algún tiempo, pero se apartan cuando llega la prueba» (Lucas 8:13).

Este es un terreno de piedra, endurecido por los años de resistencia a la entrada del evangelio y la Palabra de Dios. Son zonas de esterilidad espiritual, donde hubo o existe persecución y rechazo a toda cosa relacionada con el reino de Dios, lugares donde predominan las sectas diabólicas y las religiones falsas y pseudocristianas.

Tercera capa de tierra:

«La parte que cayó entre espinos son los que oyen, pero, con el correr del tiempo, los ahogan las preocupaciones, las riquezas y los placeres de esta vida, y no maduran» (Lucas 8:14).

Este es un terreno caracterizado por el desenfreno y el libertinaje moral, donde no existen limitaciones a la práctica de todo lo malo. Es un lugar donde obran de modo descontrolado el hedonismo y los espíritus de inmundicia y seducción, donde opera el espíritu de Mamón o el amor al dinero y el materialismo desenfrenado.

Estas y otras capas de terreno que el Espíritu revelará a aquellos que se pongan en la brecha espiritual para ser sanadores de la tierra necesitan ser primero detectadas espiritualmente para luego ser quebradas, desmenuzadas en el nombre de Jesús. Tal tarea requerirá una gran búsqueda de Dios, fe, perseverancia, paciencia, tiempo y esfuerzo, pero el precio a pagar no es comparable a lo que Dios va a hacer. La Biblia promete en el Salmo 126:5: «El que con lágrimas siembra, con regocijo cosecha. El que llorando esparce la semilla, cantando recoge sus gavillas».

Recuerdo cuál fue la secuencia en mi país, Argentina, de la llegada del avivamiento tan conocido hoy por todo el mundo. Nada sucedió del día a la noche, sino que hubo un proceso. Recuerdo también que después de que la nación cayera bajo un espíritu de depresión debido a la derrota militar frente a Inglaterra por la posesión de las Islas Malvinas, Dios cambió el sistema de gobierno, pasando de un gobierno militar a un gobierno democrático.

Paralelo a eso, el Señor comenzó a utilizar a un evangelista poderoso, llamado Carlos Annacondia, que junto con otros evangelistas recorrieron de forma incansable la nación de norte a sur y de este a oeste, no solo predicando a Cristo, sino limpiando el terreno y echando fuera a los demonios. Fue un largo proceso por el cual se fueron quitando capas y capas de todo lo que impedía el avance del reino de Dios.

Aquellos que hayan podido presenciar una reunión masiva al aire libre con este evangelista durante esos años, podrán comprender lo que digo. Cientos y hasta miles de personas simultáneamente fueron liberadas de las garras del diablo y el poder del ocultismo; el satanismo fue quebrado en el nombre de Jesús.

Este proceso de liberación y limpieza duró alrededor de diez años, hasta que Dios comenzó en 1992 a utilizar al pastor Claudio Freidzon como canal para bendecir a la nación con la presencia del Espíritu Santo. ¿Puede notar la similitud en todo lo que sucedió antes de la llegada del avivamiento en Argentina con la secuencia detallada en Jeremías 1:10?

En los tiempos venideros la iglesia se levantará con el poder del Espíritu Santo y quitará capas de iniquidad, pecados y maldiciones que por años hicieron estragos, originando la contaminación espiritual y ambiental de pueblos, ciudades y naciones.

Declaro proféticamente que la iglesia se levantará con el poder sanador del Espíritu Santo y, ante la palabra de fe y la autoridad de la iglesia, las aguas contaminadas de ríos, mares y lagos serán sanadas de forma milagrosa; los terrenos desérticos y contaminados serán sanados asombrosamente en el nombre de Jesús para dar testimonio a todos del poder vigente de Dios; los aires serán purificados de todo humo tóxico producto de las fábricas, los motores y el combustible. Se podrá ver con claridad la diferencia entre una parcela de tierra sanada por Dios y otra contaminada, y lo mismo sucederá al comparar un río sanado por Dios con otro en estado de contaminación.

¡Con todo el obrar sanador de Dios podremos ver cumplida antes nuestros ojos la promesa de Habacuc 2:14: «Porque así como las aguas cubren los mares, así también se llenará la tierra del conocimiento de la gloria del Señor»!

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