Recopilado por Ritchie Pugliese
La expiación de la obra de Cristo no cubrió sólo las necesidades espirituales del ser humano, sino también sus necesidades físicas.
En Isaías 53 Dios promete no sólo paz para nuestra alma, sino también “sanidad” para nuestro cuerpo humano, pues él dice: “Por sus llagas fuimos nosotros curados”. Aquí vemos otra vez otra obra perfecta del Espíritu Santo.
A lo largo de la Biblia hay un hecho muy claro: dondequiera que el pecado entra, sigue la maldición. En Génesis capítulo tres leemos el relato del primer pecado del hombre y antes de terminar el capítulo encontramos en los versículos 14 al 19, la maldición que Dios pronunció en relación con todo lo que tuvo que ver con ese pecado. Por lo tanto, si Cristo se convirtió en “pecado” para nosotros, él también debió haber tomado en sí mismo la maldición de nuestro pecado. Sin duda alguna, en Gálatas 3:13 el registro fiel y completo de las Escrituras declara: “Cristo nos redimió de la maldición de la ley, haciéndose maldición por nosotros”.
¿Qué está incluido en la “maldición”? Si leemos en Deuteronomio 28, versículos 15 al 68, encontramos una lista de todas las maldiciones que vienen por desobedecer la ley de Dios. Tras una larga lista de toda clase de enfermedades, encontramos en el versículo 61: “Asimismo toda enfermedad y toda plaga que no está escrita en el libro de esta ley, Jehová la enviará sobre ti”. En otras palabras, toda forma de enfermedad, escrita o no escrita en este pasaje, está incluida en la “maldición”. A este respecto, también encontramos que el registro de la Sagrada Escritura es exacto y completo. En el evangelio de Mateo, repitiendo las palabras de Isaías 53:4, capítulo 8 versículo 17, leemos; “El mismo (Cristo) tomó nuestras enfermedades y llevó nuestras dolencias”.
Por “enfermedades” podemos entender enfermedades heredadas, o tendencia a la enfermedad. Por “dolencias” podemos entender esas enfermedades que nos vienen a través de alguna infección u otras circunstancias externas. Pero la exactitud de la Sagrada Escritura va más allá. Así como hay una distinción entre “pecado” y “pecados”, también la hay entre “enfermedad” y “enfermedades”.
Las “enfermedades” son las diferentes y diversas enfermedades de las cuales una persona puede sufrir, como ser, paperas, malaria, tuberculosis, artritis, etc, pero la “enfermedad” misma es la corrupción física interior que abre nuestros cuerpos a estas diversas enfermedades. Los doctores dicen que los gérmenes de casi todas las enfermedades conocidas se encuentran en nuestros cuerpos humanos, aunque nunca manifestemos los síntomas de muchas de estas. Nuestro cuerpo viene, desde su nacimiento, intrínsecamente corrupto. Esta corrupción física inherente que llamamos “enfermedad”, concuerda con la corrupción espiritual inherente que llamamos “pecado”. Se deduce que , así como en el campo espiritual la expiación de Cristo tuvo que cubrir no sólo los “pecados”, sino también el “pecado” mismo, así en el campo de lo físico tuvo que cubrir no sólo las “enfermedades’, sino también la “enfermedad” misma.
Como en el campo espiritual, así también en lo físico, el clímax de la expiación de Cristo se encuentra en Isaías 53:10. Aquí la traducción es: “Jehová quiso quebrantarlo, sujetándolo a padecimiento”. Una traducción más literal sería: “Jehová quiso quebrantarlo en enfermedad”.
La confirmación de esto se encuentra en Miqueas 6:13, donde la misma frase es traducida así: “Por eso yo también te debilité, devastándote (enfermándote) por tus pecados”. Así que el mismo versículo 10 de Isaías 53, el cual registra que Dios hizo que Jesús fuera hecho “pecado” por nosotros, también registra que Dios hizo que Jesús fuera hecho “enfermedad” para nosotros. Tal como Jesús tomó nuestros pecado, para que pudiésemos recibir su rectitud, así también tomó nuestra “enfermedad’ para que pudiéramos recibir su salud.
En Deuteronomio 7:15 Dios prometió a Israel esta doble liberación física de enfermedades (plural) y de enfermedad (singular), pues él dijo: “Apartará Jehová de ti toda enfermedad (singular), y ninguna de las malas plagas (plural) de Egipto que tú conoces hará caer sobre tí, sino que las hará caer sobre todos los que le aborrezcan”.
Otra promesa de liberación de la enfermedad misma y no sólo de la sanidad de enfermedades, se encuentra en Éxodo 23:25: “Yo apartaré de tí toda enfermedad” (singular). Que esta doble liberación física fue sellada para siempre para todos los creyentes por la expiación de Cristo, queda en evidencia en 2 Corintios 1:20, donde leemos: “Porque todas las promesas de Dios en el él sí, y en él amén, por medio de nosotros, para la gloria de Dios”. Por consiguiente, esta doble liberación no es sólo para Israel en el Antiguo Testamento, sino igualmente para nosotros hoy, en Cristo.
Existe confirmación importante de lo que estamos hablando en el Nuevo Testamento. En Filipenses 1:21, Pablo dice: “Para mí el vivir es Cristo”. En Colosenses 3:4 él dice: “Cristo es nuevas vida”. En Romanos 1:17 resume los efectos de la muerte de Cristo diciendo: “Más el justo por la fe vivirá”. En ninguno de estos versículos se sugiera que la “vida” que recibimos está limitada sólo para el campo espiritual. Al contrario, en 2 Corintios 4:11 Pablo dice: “Que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal”.
Debe de haber una manifestación abierta de la vida eterna, incorruptible de Jesús, no sólo en nuestros espíritus, sino también en “nuestra carne”. En Gálatas 2:20, Pablo dice que esta vida de Cristo que él tiene por la fe es para la vida que “ahora vivo en la carne”. Este es el resultado completo de la obra expiatoria de Cristo, una vida perfecta, incorruptible, aquí y ahora, para el espíritu y el cuerpo del mismo modo. “Pues habéis sido comprados por precio (el precio es la obra expiatoria de Cristo); glorificad, pues (como consecuencia) a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios” (1 Corintios 6:20).
Tanto Jesús como sus apóstoles abiertamente afirmaron que “la totalidad’ o la “salud perfecta’ era el efecto de la obra redentora. En Juan 7:23 Jesús dice: “sané completamente a un hombre”. En Hechos 3:16 Pedro dice: “Por la fe en su nombre, a este, que vosotros veis y conocéis, lo ha confirmado su nombre; y la fe que es por él ha dado a este está completa sanidad en presencia de todos vosotros” En 1 Tesalonicenses 5:23 Pablo dice: “Que el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible”.
Finalmente, Pedro dice en su segunda Epístola, capítulo 1 versículo 4: “Por medio de estas cosas nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas lleguéis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de las pasiones”.
Las promesas de la Palabra de Dios, a través de la fe en la expiación de Cristo, nos ofrecen liberación de toda corrupción en ambas dimensiones, la espiritual y la física, traído a nosotros por las pasiones y la resultante caída de Adán.