Recopilado y ampliado por Ritchie Pugliese
Con el tema de la santidad existe, aunque cueste creerlo, una gran falta de entendimiento de profundidad y amplitud en el pueblo de Dios.
Aunque parezca increíble, muchos creyentes no tienen idea de lo que es la santidad y muy pocos se han tomado el trabajo de profundizar en el tema para tener una idea equilibrada.
A lo largo de los años los creyentes han tomado una variedad de ideas de todo tipo acerca de lo que es la santidad.
Una de las ideas más comunes es que la santidad significa “ser diferente del mundo”. Esto llevó a la Iglesia a vestirse diferente, cortarse el pelo de una manera diferente e inventar una moda diferente para vestirse y asistir a la iglesia. Generalmente los varones iban con saco y corbata y las mujeres con el pelo recogido, faldas largas y sin maquillaje.
La idea era parecer “diferente a la gente del mundo”, por eso la gente cuando los veía así vestidos los domingos ya sabían quiénes eran. Por años se pensó que eso era dar testimonio ¡pero el problema era que aún esos mismos creyentes cuando estaban fuera de la iglesia no utilizaban ese tipo de vestimenta!
También, la santidad para ellos significó hacer un sonido diferente. No sé si usted recuerda que hace muchos años atrás el único instrumento que se permitía en la iglesia era el piano, el armonio o el órgano.
Recuerdo por los años setenta cuando yo fui el baterista de un equipo evangelístico que recorría las ciudades predicando el Evangelio. Cada vez que nos veían entrar con una batería a la iglesia, muchos nos criticaban diciendo: “¡el mundo nos está invadiendo!”. Hoy por cierto, nadie se escandaliza por alabar y adorar a Dios con todo tipo de instrumentos.
Se crearon conceptos sobre cuáles actividades un cristiano no debía hacer. Algunos no practicaban deportes porque decían que era mundano, se prohibía ir al cine a ver una película, etc. Todo esto se pensó que era santidad pero en realidad se creó un concepto legalista donde todo se basaba en “no se puede hacer o sí está permitido hacer”. Se enfatizó tanto el marco exterior que se perdió de vista la genuina santidad de Dios.
Quizás hoy las cosas han cambiado un poco, pero existe otra tendencia en la Iglesia y es que pensamos que santidad significa “ser bueno”. Ellos creen que si uno vive una vida recta, honesta, con buena ética moral, han alcanzado la santidad.
Todas estas cosas por cierto son importantes en su contexto, pero el hecho de vivir estas cosas no es lo que nos hace santos.
Lo que Dios llama “santo”
Pensemos por un instante a lo que Dios llama santo. Cuando Dios llamó a Moisés en medio de la zarza, llamó a ese lugar “santo” (Éxodo 3:1-5), pero eso no significaba que esa zarza era “más santa” que las demás zarzas. También Dios llamó santo al Monte Sinaí (Éxodo 19:23) pero eso no significaba que ese monte era más moral que las otras montañas.
La santidad no es cuestión de ser bueno y tener una buena moralidad. La santidad es una dimensión totalmente diferente.
Ahora bien, ¿Qué es la santidad? La santidad no significa “libre de pecado” sino que la santidad significa ser “dapartado de lo ordinario o elevado sobre la norma común”. La mejor definición de “santo” es la palabra “especial”. Tratar algo como santo o especial lo hace digno de honor.
Esto es lo que vemos en el primer capítulo de Génesis. La primera vez que Dios llamó a algo “santo” fue en Génesis 2:3 cuando el bendijo el séptimo día y lo santificó o declaró santo. Eso no significaba que los demás días eran mundanos, pecaminosos o impuros.
Los primeros seis días eran buenos días, en realidad Dios dijo en Génesis 1:31 que todo era “bueno en gran manera” o muy bueno, pero no eran santos sino días comunes, ordinarios. Para Dios el séptimo día era un día especial.
En Levítico capítulo diez Dios le dio a Aarón instrucciones para servir en el tabernáculo y le advirtió claramente la diferencia entre lo santo y lo común u ordinario. Dios les estaba diciendo: – ¡No tomen lo que es especial para mí como algo común u ordinario!-
Si Aarón hubiera traído su ropa sucia al Tabernáculo y la hubiera lavado en el lavacro y luego colgado en el Arca del Pacto para secarse, él hubiera violado la santidad del Tabernáculo. Él hubiera tomado algo que especial para Dios y lo había tratado como algo ordinario o común.
Ser santo significa “ser distinto, distinguido, apartado de lo ordinario o elevado sobre la norma común”. Caminar en santidad no es ser bueno o diferente, sino mostrar honor. Es tratar lo que es especial para Dios de una manera especial y honrarlo.
La santidad es algo muy importante para Dios. En Deuteronomio 23:14 leemos: “porque Jehová tu Dios anda en medio de tu campamento, para librarte y para entregar a tus enemigos delante de ti; por tanto, tu campamento ha de ser santo, para que él no vea en ti cosa inmunda, y se vuelva de en pos de ti.” Si fallamos en caminar en santidad, causaremos que Dios retire Su presencia de nuestro medio. La santidad es el secreto para caminar en la presencia del Espíritu Santo y experimentar su poder.
Dios ha designado ciertas cosas como santas y él nos pide que las tratemos en forma especial. Cuando honramos lo que santo, caminamos en santidad y Su presencia habita en nosotros. La santidad es la llave para tener una vida sobrenatural.
En la Palabra de Dios, existen ciertas cosas consideradas santas. Al llamarlas santas, Dios nos está diciendo que les demos especial honor y que no las tratemos como comunes u ordinarias.
Estoy seguro con lo que le he compartido hasta el momento que usted está siendo sacudido en su forma de pensamiento sobre lo que es la santidad. ¡Dios nos está renovando la mente para que podamos ver, sentir y pensar las cosas como Dios la ve, siente y piensa y experimentemos de una vez por toda la hermosura de la santidad!
Veamos algunas cosas que Dios llama “santo o santas”:
Dinero santo
¿Sabía usted que el dinero puede ser santo? Así lo dice el Señor, cuando el designó el principio del diezmo de nuestras entradas. Levítico 27:30-32 dice: “Y el diezmo de la tierra, así de la simiente de la tierra como del fruto de los árboles, de Jehová es; es cosa dedicada (en el texto original dice “santa”) a Jehová. Y si alguno quisiere rescatar algo del diezmo, añadirá la quinta parte de su precio por ello. Y todo diezmo de vacas o de ovejas, de todo lo que pasa bajo la vara, el diezmo será consagrado (en el texto original dice “santo”) a Jehová.”
Cuando tenemos el concepto de honrar lo que es santo para Dios, no tenemos problemas en apartarlo para el Señor. Se acaba toda duda o conjetura sobre si el diezmo hay que darlo o no darlo. Tenemos dos opciones: honrar a Dios con el diezmo porque es algo santo o simplemente lo trataremos como el resto de nuestra entrada económica. Por eso Dios le promete a los fieles diezmadores que las ventanas de los cielos se abrirán para bendecirles (Malaquías 3:10-11).
El tiempo santo
Como ya hemos visto en Génesis 2:3 Dios designó un día de nuestro tiempo como santo. Lo recuerda posteriormente en los Diez Mandamientos en Éxodo 20:8-11 “Acuérdate del día de reposo para santificarlo. Seis días trabajarás, y harás toda tu obra; más el séptimo día es reposo para Jehová tu Dios; no hagas en él obra alguna, tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu criada, ni tu bestia, ni tu extranjero que está dentro de tus puertas. Porque en seis días hizo Jehová los cielos y la tierra, el mar, y todas las cosas que en ellos hay, y reposó en el séptimo día; por tanto, Jehová bendijo el día de reposo y lo santificó (lo declare santo).”En cuanto al día de reposo existe mucha confusión en el pueblo de Dios y generalmente se ha enseñado que no debemos guardarlo.
Nuestra idea de santificar el sábado viene por lo que vemos o sabemos de aquellos judíos religiosos, bajo el sistema esclavizante judío, que no tienen al Mesías (Jesús) en su corazón, pero si lo miramos bajo la óptica divina y no la religiosa nos daremos cuenta que en realidad el guardar el sábado no tiene nada que ver con ayunar, no andar en auto, estar con cara triste, y no comprar nada.
En realidad Isaías 58:13-14 dice lo contrario: “Si retrajeres del día de reposo tu pie, de hacer tu voluntad en mi día santo, y lo llamares delicia, santo, glorioso de Jehová; y lo venerares, no andando en tus propios caminos, ni buscando tu voluntad, ni hablando tus propias palabras, entonces te deleitarás en Jehová; y yo te haré subir sobre las alturas de la tierra, y te daré a comer la heredad de Jacob tu padre; porque la boca de Jehová lo ha hablado.”
El concepto del “sábado” bajo la óptica divina tiene la idea de hacerlo deleitoso, disfrutarlo, y no tiene nada que ver con el domingo, pero ese es otro tema.
Lugares santos
Los lugares donde Dios manifiesta su presencia son lugares santos. La zarza era algo santo; el Monte Sinaí era santo; el Tabernáculo era un lugar santo y el templo era santo. Todos los lugares para adorar a Dios eran santos, especiales para Dios.
Gente santa
Dios designa a muchas personas como santas, como ser: Los apóstoles y profetas (Efesios 3:5); a nuestros hermanos y hermanas en Cristo son santos (1 Co. 1:2; Ef. 3:8; 4:12; Col. 1:2; nuestro cónyuge es santo (1 Co. 7:14) entre otros. Cuando honramos lo que Dios llama santo, somos bendecidos.
Viene a mi memoria el encuentro del profeta Elías y la viuda en 1 Reyes 17:9-16. Dios le dice al profeta que vaya a la casa de una viuda para que lo sustente. Cuando el profeta llega, la mujer le cuenta que está en una profunda y terrible necesidad. Ella le dijo en el v.12: “Y ella respondió: Vive Jehová tu Dios, que no tengo pan cocido; solamente un puñado de harina tengo en la tinaja, y un poco de aceite en una vasija; y ahora recogía dos leños, para entrar y prepararlo para mí y para mi hijo, para que lo comamos, y nos dejemos morir.” En medio de semejante calamidad, pues esta mujer pensaba que era su última comida antes de morir, el profeta le dice en el v.13 “hazme a mi primero…. y después harás para ti y para tu hijo”. ¿Puede imaginarse si esto hoy día lo hiciera algún pastor o profeta? La noticia correría como un reguero de pólvora y todos dirían: -¡Es un falso profeta, un farsante, que solo busca sacarle cosas a la gente y que quiere quedarse con todas las cosas de esa pobre viuda! -, pero no, el profeta le estaba dando en realidad a esta mujer la oportunidad de entrar en una dimensión sobrenatural de provisión. No en vano la Palabra de Dios dice en Mateo 10:41: “El que recibe a un profeta por cuanto es profeta, recompensa de profeta recibirá”; además 2 Crónicas 20:20 dice: “Creed en Jehová vuestro Dios, y estaréis seguros; creed a sus profetas, y seréis prosperados.” Es muy probable que el Espíritu Santo le haya dicho algo de esto a la mujer para que ella accediera a honrar primero al profeta.
Cuando la mujer escogió honrar primero al profeta, Dios comenzó a multiplicar milagrosamente sus recursos. La Palabra dice que tanto ella como su hijo y su casa disfrutaron de la provisión del Señor en medio de la hambruna (1 Reyes 17:15).
La verdadera fuente de la santidad
Hemos hablado de personas y cosas santas, pero es muy importante que nos enfoquemos en lo principal. Yo le pregunto: ¿Qué fue lo que hizo que la zarza fuera santa? ¿Qué fue lo que hizo que el Monte Sinaí fuera santo? ¿Qué fue lo que hizo que el Lugar Santísimo del Tabernáculo fuera santo? La respuesta es: La presencia de Dios. Sin la presencia de Dios no puede haber santidad ni la manifestación genuina de la hermosura de la santidad en nuestras vidas.
Piense por un instante en lo siguiente: Cuando usted le entregó su vida a Jesucristo, nació de nuevo (Juan 3) y se transformó en un hijo de Dios (Juan 1:12), la presencia del Espíritu Santo comenzó a habitar en su ser. Dios le dio a usted las Arras o la primicia del Espíritu Santo (2 Corintios 1:22; 5:5). ¿Qué significa eso? Que usted ahora es santo para Dios. Usted a los ojos de Dios es santo, no importa lo que haga. Lo que estoy diciendo no es una herejía ni una propuesta para vivir en libertinaje y en el pecado, pero es así como Dios nos ve, hagamos lo que hagamos.
Algunos cristianos confunden la santidad con la justicia de Dios. La justicia de Dios es la que nos permite estar limpios ante Dios (al arrepentirnos de nuestros errores, faltas y pecados, confesarlos ante Dios y recibir su limpieza y perdón, según 1 Juan 1:9).
Por supuesto, Dios anhela que caminemos en justicia. La santidad significa ser especial, y porque yo soy especial para Dios decido no contaminarme en el pecado sino consagrarme para experimentar la hermosura de la santidad.
Aquí es donde muchos nos confundimos lo que es vivir en santidad, por eso caemos en el legalismo de “hacer o no hacer algo” o si algo “es bueno o malo”. Pensamos que la santidad es mi esfuerzo por ser una mejor persona. Anteriormente dijimos que la única manera de manifestar la hermosura de la santidad es gracias a la presencia del Espíritu Santo. Si no fuera por el Señor, que es santo, no hay manera de manifestar la hermosura de la santidad.
Disfrutar de la hermosura de la santidad se resume de la siguiente manera: Cuando me doy cuenta que soy especial para Dios, decido honrarle consagrando todo lo que soy al Señor y a la vez decido darle la espalda a todo aquello que a Dios no le agrada. Yo hago el molde exterior de obediencia y Dios produce en mi interior la hermosura de la santidad.
En 1 Corintios 1:2 leemos: “a la iglesia de Dios que está en Corinto, a los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos con todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor de ellos y nuestro:”
Si usted leyó las cartas a los Corintios se dará cuenta que en esta iglesia había muchos problemas morales. ¡Había pecado en la congregación! Por eso Dios en vez de condenarlos y mandar fuego del cielo, les exhorta diciendo: – Iglesia de Corinto, ustedes son especiales, son míos, ¿Para qué vivir de forma común u ordinaria como el resto de la gente que no me conoce, hundidos en el pecado, si ustedes son santos y especiales para mí? –
Quizás nosotros condenaríamos a la gente que practicaba el pecado pero Dios que es grande en misericordia les extendía su gracia para que volvieran a ser lo que fueron llamados a ser: santos, especiales para Dios.
Cuando uno descubre esta dimensión desconocida de la santidad, uno llega a la conclusión de que es un honor ser santo y vivir en la hermosura de la santidad porque ser santo significa ser especial, ¡especial para Dios!