LAS CAUSAS QUE FRENAN LA VISIÓN EVANGELÍSTICA Y LA GRAN COSECHA DE ALMAS

Recopilado por Ritchie Pugliese

Los tiempos que vivimos son tiempos donde Dios quiere darle a la Iglesia una gran cosecha de almas. Contamos con la presencia del Espíritu y la contundencia del mensaje evangelístico, pero creo que además de esas dos cosas fundamentales debemos cuidarnos de dos causas que frenan la visión evangelística y la llegada de la gran cosecha de almas. Veamos cuales son:

1. Falta de visión evangelística

La satisfacción de saber que somos salvos y vivir enfocados dentro de las paredes de la iglesia, puede desequilibrarnos y hacernos vivir una clase de vida cristiana sin importarnos por el que no tiene a Cristo en su corazón. Este es un mal que afecta a muchos cristianos sinceros.

Al comienzo de su relación con Dios le predicaban la Palabra a todos a su alrededor, pero con el paso del tiempo se fueron “aclimatando” al sistema religioso concentrado dentro de las paredes de la iglesia, lo cual los ha conducido a un conformismo pasivo donde ya no se piensa en aquellos que no tienen a Cristo. Se han transformado en cristianos que son evangélicos, pero no evangelistas.

Esta clase de cristiano se rodea solo de otros cristianos, y es de los que dice “somos pocos pero buenos“, “el camino es angosto y no todos pueden pasar por él” o “lo malo está allá afuera, aquí adentro estamos seguros “. Vive con un “santo conformismo” donde él ya tiene asegurado su entrada a la vida eterna y con eso es suficiente. Toda su vida gira en torno a un activismo religioso carente de visión y pasión por guiar a otros a los pies de Cristo.

Esta clase de cristiano ve a la Iglesia como una trinchera para refugiarse de todo lo malo que hay afuera, en vez de verla como un hospital para traer y sanara los enfermos que están afuera.

2. No comprender el corazón de Dios

La pasividad religiosa y la carencia de fervor evangelístico están enraizadas en lo que voy a comentar en continuación, y es la falta de comprensión y entendimiento de lo qué es el amor, la gracia y la misericordia de Dios.

Menciono esto porque lamentablemente he notado con qué rapidez los cristianos “enviamos”, con un espíritu condenatorio, a la gente al infierno. Nuestro paradigma religioso (no bíblico) nos ha hecho creer que el infierno estará más lleno de gente que el cielo; que solo unos pocos escogidos (nosotros estamos incluidos por cierto) nos salvaremos y los demás sufrirán el merecido castigo eterno.

Me asombra ver la falta de amor y misericordia que existe entre aquellos que se dicen cristianos para con los que no tienen a Cristo. (Debo decir con dolor y vergüenza que durante muchos años yo fui uno de ellos. A pesar de que no solo era un creyente sino un ministro, según los ministerios de Efesios 4:11, no fue hasta que el Espíritu Santo me redarguyó y me corrigió que pude interpretar el corazón de Dios. El Señor tuvo que realizar en mí una “cirugía” interior para cambiar mi paradigma y llevarme al punto de poder interpretar su corazón para con las almas perdidas).

He llegado a la conclusión de que es el espíritu religioso el que nos conduce a tener un espíritu condenatorio, nos hace ser jueces implacables que se deleitan en condenar y castigar a la gente y reacios a darles una nueva oportunidad…. ¡lo increíble de todo esto es que la Biblia no dice esto sobre el corazón de Dios!

Cuando el Espíritu Santo comenzó a corregir mi actitud carente de amor y misericordia por los que no tienen a Cristo, me recordó los siguientes pasajes de las Escrituras, los cuales había leído y predicado muchas veces, pero esta vez adquirieron un énfasis especial de Dios:

a) Juan 3:16 dice: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, más tenga vida eterna”.

Aquí el Espíritu Santo me llevó a interpretar la profundidad del gran amor de Dios, incomprensible para la mente natural y solo entendido por el Espíritu Santo. Este amor no se puede entender natural ni religiosamente. Es un amor divino para todos sin excepción.

b) Segunda Pedro 3:9 dice: “El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento”.

Este pasaje me mostró que la intensidad del amor, la gracia y la misericordia de Dios es tan grande que en vez de acelerar la venida de Cristo, la demora o retarda porque no quiere que NINGUNO perezca “sino que TODOS procedan al arrepentimiento”.

c) Juan 3:17, el versículo siguiente al conocido Juan 3:16 del que tanto hablamos y predicamos, dice: “Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él”.

Dios no envió a Jesucristo a condenar ni lanzar a la gente al infierno, sino a rescatar y salvar lo que estaba perdido.

Por cierto, para la mente religiosa acusadora y enjuiciadora esto no puede ser, pero esta es la esencia misma del corazón de Dios, que fluye totalmente de amor.

En gran parte la Iglesia ha confundido las cosas y nos ha enseñado que el cielo va a estar vacío, con unos pocos, y que el infierno va a estar más lleno. ¿Dice eso la Biblia?

Nuevamente, el Espíritu Santo me llevó a repasar unos pasajes del Apocalipsis donde se relata cómo será el cielo.

En el capítulo 5:10 dice que la cantidad de los redimidos “era millones de millones”. Es decir, que en el cielo habrá millones de millones, una cifra incalculable que denota la gran cantidad de redimidos por la sangre de Cristo.

Aquí el Espíritu Santo se tomó el tiempo para registrar “millones de millones”. ¿Puede entender lo que significan millones de millones? Es una frase que tipifica a una cantidad incalculable de personas que no se puede contar. Así será el cielo.

Más adelante, me llevó a detenerme y leer en la sección del juicio de los incrédulos en Apocalipsis 20:11-15. Allí se detalla el proceso para juzgar a aquellos que no están inscriptos en el libro de la vida.

Es interesante notar que Dios no se extiende demasiado para hablar de eso y solo lo menciona en estos pocos versículos. A nuestra mente religiosa le hubiera gustado leer sobre cómo “sufrirán los perdidos”, pero no es así el corazón de Dios… pude entender que la brevedad del relato demuestra el dolor y la compasión del Señor aún por aquellos que en vida lo han rechazado. Al leer este pasaje pude sentir el dolor de Dios al ver que algunos no lo reconocieron ni lo recibieron y se perdieron eternamente.

Lo que me llamó la atención es que en ninguna parte del pasaje dice que los que “se irán al infierno” serán millones de millones ni habla de multitudes perdidas, solo dice “los muertos” (vv.12-13) y posteriormente dice “el que no se halló inscrito”. ¿Qué significa esto? A simple vista se puede deducir que la historia de la humanidad terminará con más personas en el cielo que en el infierno.

Por cierto, en Apocalipsis 21:8 se detalla la clase de personas que no tendrán acceso a vivir eternamente con Dios, pero en Mateo 25:41 leemos “el fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles”. ¿Para quiénes está preparado principalmente el infierno o el lago de fuego y azufre?: Según Apocalipsis 20, para el diablo (v.10), la bestia (v.10), el falso profeta (v.10), la muerte (v.14) y el hades (v.14).

No sé si usted entiende lo que acabo de mencionar. No pretendo hacer teología del infierno ni nada que se le parezca. Lo que deseo enfatizar es que el enemigo nos ha hecho creer que de nada vale predicar el evangelio porque al final de cuentas la mayoría irá al infierno y que solo unos pocos irán al cielo. ¡Lo peor de todo es que hemos creído esa gran mentira!

La Biblia nos habla de un Dios de amor, la gracia y la misericordia, que intentará hasta el último momento que todos procedan al arrepentimiento y que al final de los tiempos el cielo estará más lleno que el infierno.

En este tiempo la Iglesia necesita una renovación de su entendimiento de la gracia, la misericordia y el amor de Dios por los perdidos. Muchos de nosotros hemos abrazado y predicado sobre la teología de la gracia, la misericordia y el amor de Dios, pero nunca hemos sido impactados por la revelación del Espíritu que nos lleva a comprender el corazón de Dios. Es más, hemos justificado nuestros conceptos teológicos para avalar nuestro corazón duro, religioso y condenatorio.

Necesitamos humillarnos ante Dios, renunciar a nuestros conceptos religiosos condenatorios y pedirle al Espíritu Santo que nos dé el corazón de Dios para ver a las personas como él las ve y para poder sentir lo que él siente por las multitudes. ¡Ayúdanos Señor!

Le invito a reflexionar en las siguientes preguntas:

¿Qué piensa usted y qué fluye de su corazón cuando ve a la gente a su alrededor perdida, sin rumbo y hundida en el pecado? ¿Ve a los perdidos con el corazón de Dios que es santo o con la pecaminosidad de su corazón que condena a los demás?

¿Siente en su interior un rechazo religioso que le hace pensar que ellos son “muy pecadores” y usted es “muy santo”, o siente dolor y compungimiento divino por ver que el diablo ha dominado y destruido las vidas de aquellos que lo rodean?

¿Los señala con su dedo acusatorio y piensa que se merecen vivir así por su maldad, o fluye de su interior ese amor misericordioso que le recuerda que la misma gracia que lo ha alcanzado a usted está disponible para ellos también?

Los marginados por la religión vienen a los pies de Cristo

Acabo de leer una palabra de un profeta reconocido donde menciona lo que el Espíritu Santo está revelando sobre la gran cosecha de almas. En uno de los párrafos dice que hoy día muchos están apartados porque han sido marginados y condenados por la institución religiosa eclesiástica. Debido a eso han quedado impedidos de gustar la presencia de un Dios vivo y real. Son aquellos que vinieron a buscar el Agua Viva y, en cambio, como Iglesia, les hemos dado una bebida endulzada que no sacia. Son aquellos a los que no les hemos tenido paciencia ni misericordia, en cambio, los hemos acusado y prácticamente los hemos empujado al mundo por su demora en cambiar. Los hemos espantado de la Iglesia con nuestras actitudes carentes de amor y misericordia. Pensamos que no había lugar para ellos, porque nosotros éramos “demasiado santos” como para contaminarnos con su presencia.

La invitación de Dios es a que nos arrepintamos de todo eso, porque estas actitudes que no tienen nada que ver con el corazón de Dios han puesto un cerco o candado que impide la entrada de las almas a nuestras congregaciones. Si nos arrepentimos individualmente y congregacionalmente, el Señor nos dará su corazón y entraremos en la dimensión de la gran cosecha de almas que viene. ¡No nos quedemos afuera!

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