Por Ritchie Pugliese
El ingenio popular no deja de pensar en descubrir la fuente de la eterna juventud o en la posibilidad de hacer un pacto mágico con algún “dios” que le permita vivir eternamente. Para la creencia religiosa, la vida eterna no es más que “ir al cielo cuando uno muera”. Sin embargo, en la Biblia encontramos una perspectiva integral y superior.
En la predicación evangelística se habla de recibir a Cristo con la promesa de la vida eterna y, sinceramente, hemos creído y entendido que significa solamente ganarse el pasaje al cielo. ¿Es esto así o la Biblia dice otra cosa?
En la Palabra de Dios hay muchas referencias sobre la vida presente y la vida eterna que hay en Jesús:
Juan 10:10 dice: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia”.
1 Juan 5:12: “El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida”.
Juan 4:14: “… más el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna”.
Juan 5:24: “De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida”.
Juan 6:40: “Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquél que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero”.
En la Biblia leemos una y otra vez que cuando aceptamos a Cristo en el corazón tenemos la vida de Dios en nuestro interior. Juan 3:16 dice: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”.
La palabra griega para “vida” es “zoe”, que significa, literalmente, la vida de Dios.
La vida eterna con Cristo, por supuesto, implica vivir por siempre en la presencia de Dios, pero no se limita a la eternidad. También tiene una implicancia para el aquí y ahora. Según las Sagradas Escrituras, la vida eterna comienza en el creyente cuando recibe a Cristo en su corazón. En ese momento es sellado con las “arras del Espíritu” y la vida eterna queda grabada en su ser interior. A partir de allí comienza una nueva vida, que las Sagradas Escrituras llaman “vida abundante”.
La vida eterna, entonces, está vigente durante toda la vida terrenal del creyente y continuará (al morir) en la eternidad. La Biblia se refiere a la vida eterna en la tierra, como la vida abundante en Cristo Jesús.
En Juan 7:38 leemos: “El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva”. Esta agua viva es la vida de Dios, la vida eterna, manifestada por la presencia del Espíritu Santo en el interior del creyente. Esta vida abundante no solo transforma el interior del creyente, sino que también desborda y salpica a otros.
La vida eterna comienza en la tierra con la vida abundante que el Señor promete. Por lo tanto, le decimos al que llega a los pies de Cristo: “Ya tienes asegurado el cielo, pero comienza a vivir a partir de hoy tomado de la mano de Dios para que puedas experimentar ‘un poco de cielo’ en tu vida y en tus circunstancias”. Esto, por cierto, no implica vivir sobre un lecho de rosas, sino que la presencia de Dios que vive en el creyente transformará todas las cosas para bien.
El impacto de la vida eterna en una persona produce, entre otras cosas:
Paz interior. Romanos 5:1 “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo”.
Cambio de mentalidad. Romanos 12:2: “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta”.
Renovación. 2 Corintios 4:16: “Por tanto, no desmayamos; antes aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día”.
Prosperidad integral (espíritu-alma y cuerpo y financiera). 3 Juan v. 2: “Yo deseo que tú seas prosperado en todas las cosas, y que tengas salud, así como prospera tu alma”.
La vida eterna se manifiesta en el creyente a través del Espíritu Santo transformando el caos en orden. Podemos ver esto en el proceso de la creación en Génesis 1:2: “Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas”.
Cuando la presencia de Dios se mueve, el caos de nuestra vida y de lo que nos rodea comienza a cambiar al recibir el impacto de esta presencia divina. Donde antes había muerte ahora hay vida y donde hay vida se experimenta la abundancia del reino de Dios. Es decir que la pobreza con sus ramificaciones perversas ya no tiene lugar allí.
Por todo esto, ¡Alabemos al Señor porque en Cristo tenemos la vida eterna!