LA ORACIÓN QUE TRANSFORMA NUESTRAS CIRCUNSTANCIAS

Por Ritchie Pugliese

En Mateo 6:9-13 encontramos una oración poderosa del Señor Jesucristo, ampliamente conocida como el “padre nuestro”, que no solo es una oración modelo, sino un clamor desesperado para un fin determinado.

El sentir del Señor era que ese mismo clamor desesperado que él hizo fluyera del corazón de aquellos que tienen a Dios como su Padre celestial y al Hijo, Jesucristo, como su Salvador personal.

Vivimos, como dice la Biblia, tiempos peligrosos en todos los sentidos. Ya no existe lugar seguro en este mundo. En nuestra condición humana, enfrentamos situaciones dolorosas, trágicas e injustas, que pretenden hacer de nuestra vida un verdadero infierno.

La buena noticia es que la voluntad de Dios es totalmente opuesta. Él desea que experimentemos un poco de cielo en la tierra en medio de las circunstancias difíciles que nos toca atravesar.

Estoy plenamente convencido de que si hacemos este clamor desesperado en medio de nuestras necesidades o apremios de la vida cotidiana, podemos transformar lo malo en bueno, lo infernal en celestial y la maldición en bendición.

En la oración modelo de Jesús encontramos una secuencia que produce una reacción en cadena. Y eso es exactamente lo que sucederá si nos atrevemos a clamar al Señor conforme a este modelo de oración.

Vayamos directamente al pasaje bíblico para entender qué significa y cómo elevar esta oración que puede transformar las circunstancias de nuestra vida.

1. “Padre nuestro que estas en los cielos”

Esta expresión revela la autoridad de Dios en y sobre todos los cielos. Según la Biblia existen tres cielos: El cielo donde se encuentra la morada de Dios o tercer cielo o lugares celestiales (2 Corintios 12:2; Efesios 2:6). Las regiones celestes donde se mueven las fuerzas del mal (Efesios 6:12). Y el cielo donde están las estrellas y los planetas (Salmos 50:6; Proverbios 3:20). Dios está sentado en su trono en el tercer cielo, y desde allí ejerce su total autoridad y señorío.

El reconocimiento de la autoridad suprema de Dios nos conduce al segundo punto:

2. “Santificado sea tu nombre”

Esta expresión es el resultado de contemplar la majestad de nuestro Dios y de saber que Él está reinando con poder desde su trono. Cuando tenemos esta certeza o revelación interior, que solo el Espíritu Santo puede dar,  fluye de lo profundo de nuestro ser un reconocimiento de quien es Dios, su grandeza y poder. Esto nos lleva a reverenciar su nombre. Reverenciar significa honrar, admirar la majestad de nuestro Dios. ¡Dios es mucho más grande y poderoso que cualquiera de nuestros problemas!

Cuando el creyente reconoce la majestad de nuestro Dios y que Él es Todopoderoso, está en condiciones de confesar y declarar lo siguiente:

3. “Venga tu reino”

Esta frase no solo es una expresión religiosa, sino un clamor desesperado para que el cielo invada la tierra y, específicamente, nuestras circunstancias. Vivimos rodeados de tantas injusticias, calamidades y peligros, que la única solución es la intervención directa de Dios. Por eso clamamos: “¡Señor, que venga tu reino!”.

En vez de dejarnos amedrentar por nuestras circunstancias adversas, demos lugar a la presencia del Espíritu Santo, que reside en nuestro interior, y actuemos en fe para expresar a viva voz este clamor de fe desesperado: “¡Señor, venga tu reino a mi vida!”.

Cuando vivimos en pobreza podemos clamar “¡venga tu reino!”, para que su prosperidad invada nuestras circunstancias. Cuando vivimos en enfermedad podemos clamar “¡venga tu reino!”, para que la sanidad y salud divina invada nuestra vida. Frente a los peligros y la inseguridad que reina por nuestras calles y ciudades, podemos clamar “¡venga tu reino!”, para que Dios envíe a sus ángeles a protegernos. Cuando estamos tristes, solos o abatidos, podemos clamar “¡venga tu reino!”, para que la presencia del Espíritu Santo se manifiesta y nos traiga gozo, esperanza, consuelo y fe. Y así, en cada una de nuestras circunstancias.

Cuando clamamos “¡venga tu reino!”, estamos invitando al Señor a obrar con libertad para que destruya las obras de las tinieblas, cambie nuestras circunstancias y derrame sus bondades y bendiciones sobre nuestra vida.

Después de este clamor desesperado, encontramos el plan de bendición del Señor:

a) “Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra”. Declaramos que se imponga la voluntad de Dios, que es buena, agradable y perfecta sobre cualquier otra voluntad, sea maligna o natural.

b) “El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy”. Declaramos la provisión divina sobre nuestra vida en lugar de la escasez o la pobreza.

c) “Perdona nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores”. Pedimos perdón a Dios por nuestras faltas y errores y por la restauración de las relaciones resquebrajadas.

d) “Y no nos metas en tentación”. Declaramos que por su gracia nos mantendremos fieles y le rendimos al Espíritu Santo nuestra naturaleza carnal que necesita ser tratada por Dios.

e) Líbranos del mal. Declaramos su protección del mal y el peligro que arrecia por todos lados.

La corona de toda la oración del Señor Jesús se encuentra al final, en el versículo 13: “porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria por todos los siglos. Amén”.

El padre nuestro termina con una afirmación triunfante de Jesús, donde declara que solo Dios tiene el poder de conceder todo lo que el ser humano necesita. Él es la única esperanza para la humanidad. Ante la aflicción, la enfermedad, el hambre, la infelicidad matrimonial, la soledad, el desamparo, la pobreza, la injusticia o cualquier peligro de muerte, nuestro Padre celestial tiene la última palabra. No hay autoridad terrenal ni diabólica que pueda destruirnos, si apelamos al trono de la gracia del Padre y de Jesucristo que intercede por nosotros, ante cuya presencia se doblará “toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra” (Filipenses 2:10).

En medio de tus circunstancias difíciles o desesperantes no te quedes pasivo ni te des por vencido. ¡Tienes de tu lado al Señor, el Dios Todopoderoso, que está siempre atento al clamor de los suyos! Eleva ahora mismo el clamor, que hará que el cielo y la voluntad divina del Padre celestial se manifiesten en tu vida hoy: ¡Que venga tu reino!

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