Por Ritchie Pugliese
… no tendríamos poder ni predicaríamos el Evangelio (Hch. 1:8);
… no seríamos redargüidos de pecado, justicia y juicio (Jn. 16:8-11);
… no experimentaríamos el bautismo celestial prometido en Hechos 1:5;
… ni la evidencia del hablar en lenguas (Hch. 2:11);
… no seríamos enseñados ni se nos recordaría la Palabra de Dios (Jn 14:26);
… ya no sería más nuestro Consolador (Jn 14:16)
… y no tendríamos más de su Presencia (Jn 14:17) ni su vida (Jn 6:63);
… no correría en nuestro interior como ríos de agua viva (Jn 7:38-39)
… ni seríamos llenos de su presencia (Ef. 5:18);
… no fluiríamos con los dones (1 Co. 12:7-10),
… ni expresaríamos el carácter de Dios (Gál. 5:22-23);
… ni disfrutaríamos de su comunión íntima (2 Co. 13:14);
… la vida de santificación y la santidad no existirían (1 Pe. 1:15-16),
… ni tendríamos autoridad sobre las fuerzas del mal (Isaías 10:27)
… y no viviríamos con la gloriosa expectativa de su venida (Ap. 22:17).
“Oh Jehová, aviva tu obra en medio de los tiempos…” (Habacuc 3:2)