¿QUÉ SIGNIFICA REALMENTE VIVIR EN SANTIDAD?

Recopilado y ampliado por Ritchie Pugliese

La Palabra de Dios en 2 Corintios 6:14-18 hasta el capítulo 7:1 dice lo siguiente:

“No os unáis en yugo desigual con los incrédulos; porque ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas? ¿Y qué concordia Cristo con Belial? ¿O qué parte el creyente con el incrédulo? ¿Y qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos? Porque vosotros sois el templo del Dios viviente, como Dios dijo: Habitaré y andaré entre ellos, Y seré su Dios, Y ellos serán mi pueblo. Por lo cual, Salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, Y no toquéis lo inmundo; Y yo os recibiré,  Y seré para vosotros por Padre, Y vosotros me seréis hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso. Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios.”

Esta palabra de Dios fue dada por el Espíritu Santo a través del Apóstol Pablo, pues la Iglesia de Corinto era una iglesia numerosa y muy carismática, pero carente del nivel de básico e indispensable de santidad que Dios requería para que ellos pudieran agradarle y glorificarle. La Iglesia de Corinto era una iglesia sumergida en la liviandad espiritual.

Así como la Iglesia de Corinto ayer, tenemos hoy una Iglesia que enfatiza muchos lo exterior, como ser la espectacularidad, las cantidades y los grandes edificios pero en muchos sectores seriamente afectada por la liviandad espiritual o falta de santidad. Note que dije “espectacularidad”, la cual no tiene nada que ver con la sobrenaturalidad de Dios. No siempre la sobrenaturalidad de Dios es espectacular y tampoco la espectacularidad siempre trae la sobrenaturalidad de Dios.

El problema con el tema de la santidad es que muchos han confundido “religiosidad” con “santidad” y cuando alguien pretende hablar sobre el tema se lo acusa de ser religioso o legalista. ¿Qué dice la Biblia?

La santidad genuina, proveniente de Dios, no tiene nada que ver con la religiosidad ni con el legalismo. La diferencia entre una y otra es más grande que la distancia que existe entre el Polo norte y el Polo sur.

La religiosidad o legalismo es el esfuerzo (muchas veces bien intencionado) humano por agradar a Dios, pero está carente de la sustancia de la santidad, que es la presencia viva, santa del Señor. Todo queda limitado a “esto no se puede hacer o esto si se puede hacer” o “mi religión no me lo permite”, etc. No hay una convicción interior de que nuestras vidas ahora le pertenecen al Señor y que es nuestra responsabilidad honrarle y glorificarle en todo lugar. Son conceptos exteriores aplicados en vez de convicciones y transformaciones interiores realizadas por el Espíritu Santo en la vida del creyente.

La genuina santidad es la que Dios produce a través de su Espíritu Santo en nuestros corazones. Es el Espíritu Santo el que produce en nosotros el deseo de hacer lo que agrada a Dios y a la vez alejarnos de todo lo que nos pueda contaminar y frenar en nuestro crecimiento espiritual.

Hoy día muchos cristianos consultan “¿se puede hacer esto o aquello?” ¿Está bien o está mal?, esperando una voz exterior que apacigüe le culpa interior que ellos tienen. Esta clase de cristianos no han entendido lo que es la vida en el Espíritu ni ser guiados por el Espíritu Santo.

En el pasaje inicial de 2 Corintios capítulo 6, aparecen varias palabras que dan a entender que había una mezcla o mixtura espiritual en la iglesia de aquellos días: En el v. 14 dice “unáis”; “compañerismo”; “comunión”; en el v.15 dice “concordia”; “que parte”, y en el v.16 dice “que acuerdo”.

En aquél entonces había cristianos que vivían con “un pie en la iglesia y otro en el mundo”. Había creyentes que se unían, tenían compañerismo, amistad íntima y concordaban con una forma o estilo de vida que desagradaba a Dios y que por supuesto le hacía caer en decadencia y liviandad espiritual. No había diferencia alguna entra la forma de vivir y hablar de un cristiano y la de un no cristiano.

Hoy lamentablemente sucede lo mismo en aquellos que dicen haber tenido un encuentro con Cristo. Por la manera como hablan y viven uno se da cuenta que la vida de plenitud espiritual, los niveles de santidad, son cosas habladas pero no vividas. Ellos viven sumergidos en la liviandad espiritual.

Estos creyentes tienen dones y talentos, levantan las manos al adorar, van fielmente a las reuniones pero carecen de una vida genuina de santidad de acuerdo a los parámetros bíblicos. En vez de influenciar al mundo que les rodea, el mundo que les rodea los influencia a ellos.

Hablar de ésta problemática de la iglesia actual es necesario pues se corre el serio peligro de intentar vivir la vida cristiana sin el ingrediente indispensable de la santidad.

La santidad es la única característica de la naturaleza de Dios que comparte con su pueblo. Él ha dicho que es santo y que debemos ser santos como él. Todos conocemos decenas de pasajes acerca de la santidad, ¡pero el problema es que se la practica muy poco!

La liviandad espiritual es el estilo de vida que el enemigo de nuestras almas quiere para el pueblo de Dios, pues lo que más teme el enemigo no es a las iglesias multitudinarias o a las grandes manifestaciones de los dones sino a una persona, una congregación que viva en santidad, pues la santidad es la esencia misma de Dios.

El diablo puede fraguar cualquier cosa dentro de la iglesia de Cristo, menos la santidad. Es por eso que la Iglesia hoy pareciera estar envuelta en una telaraña diabólica que le impide darse cuenta adónde ha caído.

Recuerdo muy bien un dibujo que vi de la iglesia cristiana de la época medieval en un libro de historia de la iglesia. Era la figura de una mujer muy ostentosa en su vestimenta y muy sensual en su figura, y a la vez estaba adormecida con la cabeza inclinada. La idea era mostrar el estado de decadencia y liviandad que había en aquella época. Era una iglesia contaminada, y por consecuencia sin poder ni autoridad espiritual.

La liviandad espiritual y la carencia de santidad, hace que el cristiano sea un cristiano fácilmente derrotado por el enemigo. Al diablo no le interesa nuestra espectacularidad sino el nivel o calibre de nuestra santidad, pues cuando caminamos en santidad reflejamos la presencia y autoridad de Dios.

Aquellos que conocen el mundo espiritual saben muy bien que cuando una congregación o un siervo de Dios vive en santidad, los demonios se manifiestan y huyen, pues no pueden soportar ni tolerar la grata fragancia de la hermosura de la santidad en el ambiente.

Existe una relación directa entre la santidad y la autoridad espiritual, pero pareciera que la iglesia actual no se diera cuenta… ¡A veces hasta se critica a aquellos que viven en santidad diciendo que ellos son unos legalistas! ¡Estamos ante un serio problema!

Ahora bien, quiero mostrarle un pasaje del Antiguo Testamento donde el pueblo de Dios fue derrotado por pretender vivir por debajo de lo que Dios esperaba para ellos en cuanto a la santidad.

En Josué 7:2-12 leemos lo siguiente:

“Después Josué envió hombres desde Jericó a Hai, que estaba junto a Bet-avén hacia el oriente de Bet-el; y les habló diciendo: Subid y reconoced la tierra. Y ellos subieron y reconocieron a Hai. Y volviendo a Josué, le dijeron: No suba todo el pueblo, sino suban como dos mil o tres mil hombres, y tomarán a Hai; no fatigues a todo el pueblo yendo allí, porque son pocos. Y subieron allá del pueblo como tres mil hombres, los cuales huyeron delante de los de Hai. Y los de Hai mataron de ellos a unos treinta y seis hombres, y los siguieron desde la puerta hasta Sebarim, y los derrotaron en la bajada; por lo cual el corazón del pueblo desfalleció y vino a ser como agua. Entonces Josué rompió sus vestidos, y se postró en tierra sobre su rostro delante del arca de Jehová hasta caer la tarde, él y los ancianos de Israel; y echaron polvo sobre sus cabezas. Y Josué dijo: ¡Ah, Señor Jehová! ¿Por qué hiciste pasar a este pueblo el Jordán, para entregarnos en las manos de los amorreos, para que nos destruyan? ¡Ojalá nos hubiéramos quedado al otro lado del Jordán! ¡Ay, Señor! ¿Qué diré, ya que Israel ha vuelto la espalda delante de sus enemigos? Porque los cananeos y todos los moradores de la tierra oirán, y nos rodearán, y borrarán nuestro nombre de sobre la tierra; y entonces, ¿qué harás tú a tú grande nombre? Y Jehová dijo a Josué: Levántate; ¿por qué te postras así sobre tu rostro? Israel ha pecado, y aun han quebrantado mi pacto que yo les mandé; y también han tomado del anatema, y hasta han hurtado, han mentido, y aun lo han guardado entre sus enseres. Por esto los hijos de Israel no podrán hacer frente a sus enemigos, sino que delante de sus enemigos volverán la espalda, por cuanto han venido a ser anatema; ni estaré más con vosotros, si no destruyereis el anatema de en medio de vosotros. “

Este pasaje nos muestra que a los ojos de Dios, la liviandad espiritual, la falta de santidad es perjudicial para todos. “Israel ha pecado” dijo Dios, aunque si leemos el relato no fue todo Israel sino solo algunos los desobedientes.

Permitir la liviandad espiritual y la falta de santidad, aunque nuestras iglesias crezcan y “Dios se mueva”, a los ojos de Dios significa estar descalificados espiritualmente para ganar y conquistar nuevos territorios para gloria de su nombre. ¿Puede entender lo que estoy diciendo?  Usted puede tener la iglesia “más” grande de la ciudad, el ministerio “más” famoso de su país, etc, pero si por nuestra negligencia permitimos la liviandad espiritual en nuestro medio, a los ojos de Dios nos quedaremos por debajo de la norma escritural para poder experimentar la autoridad victoriosa y conquistadora de Cristo. ¡Guárdanos Señor!

Es por eso que para terminar quiero que usted hoy mismo, ahora mismo, haga un alto y evalúese ante el Señor, para saber si su vida está radiante de la santidad genuina de Dios o si usted está viviendo la vida cristiana con un espíritu de liviandad y mediocridad espiritual. Apocalipsis 22:11 dice que el que es santo que se santifique todavía…

El Salmo 19:12-14 detalla diferentes niveles de decadencia espiritual, los cuales conducen a una vida de liviandad espiritual y a vivir alejados de la santidad.

La idea de Dios es que usted se evalúe y se ajuste a lo que Dios quiere para su pueblo en éste tiempo crucial de la historia. Nunca se olvide que un Dios santo nunca se conformará con tener un pueblo que no sea santo, practicante de la liviandad espiritual. El pasaje dice lo siguiente: “¿Quién podrá entender sus propios errores? Líbrame de los que me son ocultos. Preserva también a tu siervo de las soberbias; Que no se enseñoreen de mí; Entonces seré íntegro, y estaré limpio de gran rebelión. Sean gratos los dichos de mi boca y la meditación de mi corazón delante de ti, Oh Jehová, roca mía, y redentor mío.”

1. ¿Quién podrá entender sus propios errores?

Cuando no aprendemos a reconocer nuestros propios errores, nuestras vidas comienzan a entrar en una decadencia espiritual que nos aleja de la genuina santidad. Todos tenemos el síndrome de Adán y Eva, donde siempre les echamos la culpa a los demás (Génesis 3). Todos están mal, excepto nosotros. ¿Le suena conocida esta frase?

Si queremos vivir en genuina santidad, necesitamos aprender a reconocer, arrepentirnos y cambiar de nuestros propios errores constantemente.

2.  Líbrame de los que me son ocultos

Cuando un creyente no tiene la sensibilidad espiritual para reconocer sus propios errores, generalmente cae en vivir la vida cristiana teniendo pecados ocultos no confesados. Tiene una fachada de hombre o mujer espiritual, pero su realidad es otra. Cuando nos encontramos con alguien que no reconoce fácilmente sus propios errores, generalmente es porque esa persona mantiene en lo profundo de su ser, pecados ocultos que no quiere erradicar de su vida. Ante los demás puede aparentar ser el más fiel, pero a los ojos de Dios es un desobediente.

3. Preserva también a tu siervo de las soberbias

El orgullo, la soberbia y el enaltecimiento son características de aquellos que no viven en genuina santidad, pues la santidad siempre nos conduce a la humildad de corazón (Isaías 57:15). Cuando nos encontramos con una persona de carácter soberbio, altivo, generalmente es porque es una persona que no sabe reconocer sus propios errores ni reconocer sus pecados ocultos.

4. Que no se enseñoreen de mí

Si en este punto no nos hemos arrepentido todavía, es porque el pecado y la liviandad espiritual ya están haciendo estragos en nuestra vida espiritual y se están enseñoreando de nuestra vida. Nos llamamos cristianos de nombre pero no en la práctica. Somos cristianos dominados por el pecado y la mundanalidad reinante.

5. Estaré limpio de gran rebelión

La “gran rebelión” es el estado en el cual el creyente, debido a su insensibilidad y liviandad espiritual ya está como decimos “más en el mundo que en el camino del Señor”. Hubo un tiempo donde quizás vivió en plenitud espiritual, pero por descuidar su vida de santidad, el diablo le devoró toda su vida espiritual y hoy está en un estado peor que el anterior.

Que el Señor en esta hora crucial de la historia de la Iglesia, donde pareciera que la santidad fuera algo pasado de moda y sin importancia, nos abra los ojos para darnos cuenta que sin santidad no sólo no podremos glorificarle sino que tampoco podremos avanzar, conquistar y pisotear el poder inmundo de las tinieblas. ¡Sin santidad no tendremos la autoridad espiritual necesaria para confrontar y desmenuzar las obras de maldad y conquistar territorios para la gloria de Cristo!

¡Iglesia de Cristo, despierta y busca por sobre todo la manifestación gloriosa de la hermosura de la santidad que viene sólo por la Gracia de Dios, y por tener comunión intima diaria con el Espíritu Santo, respetando los principios de la Palabra del Señor!

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