Por Ritchie Pugliese
La Palabra de Dios dice en Nahum 2:1 “Subió destruidor contra ti; guarda la fortaleza, vigila el camino, cíñete los lomos, refuerza mucho tu poder.”
No caben dudas de que vivimos tiempos difíciles y peligrosos. ¡Quién hubiera imaginado tener que enfrentar una pandemia mundial!
Esta pandemia ha causado en la gente no solo el contagio y la enfermedad física; sino también impotencia, desesperanza, desesperación, problemas financieros, familiares, etc. Todos se preguntan: ¿Cuándo se terminará todo esto?
Incluso nosotros, los que estamos en el camino del Señor, no estamos exentos de atravesar estas circunstancias terribles. Son tiempos difíciles, porque la pandemia viene acompañada de una nube negra de negativismo, desánimo, pesimismo y dudas que pretenden hacer flaquear nuestra fe y aun hacernos dudar del Señor y su fidelidad.
¿Cómo atravesar, soportar y prevalecer en estos tiempos donde vemos a nuestro alrededor que todo tambalea y parece no haber una salida?
Si bien la lucha es implacable y feroz, podemos prevalecer y atravesar victoriosamente estos tiempos que nos toca vivir. Hay una importante clave a tener cuenta en estos días, y es la comunión con el Espíritu Santo. La Palabra declara: “… y la comunión del Espíritu Santo sean [o esté siempre presente] con todos vosotros” (2 Corintios 13:14).
Para los que aman a Dios, y practican la vida llena del Espíritu, lo que acabo de mencionar no es un hecho intrascendente, sino vital ¿Por qué digo esto? Porque la comunión con el Espíritu Santo nos proporciona intimidad con el Señor. El resultado de esta intimidad es que tenemos acceso al oxígeno celestial que nos permite respirar los aires del Reino de Dios en la tierra. Es una atmósfera de gloria que nos renueva y levanta, nos cambia el ánimo y nos permite ver las cosas desde las alturas espirituales.
¿Qué significa tener intimidad con el Señor?
La comunión con el Espíritu Santo se desarrolla en la intimidad con Dios. ¿Qué significa tener intimidad con el Señor? Para entenderlo podemos ver el paralelismo con la vida íntima matrimonial.
Para tener intimidad con nuestro cónyuge (que por cierto va más allá del aspecto sexual) necesitamos hacer varias cosas: apartarnos de los demás, estar los dos cónyuges solos, enfocarnos el uno en el otro sin distracciones, “desnudarnos” y mostrarnos tal como somos, dejar de lado el protocolo y entregarnos sin reservas. En ese ambiente de amor, libertad, respeto y entrega, la intimidad se desarrollará de manera productiva y como resultado habrá una mayor unidad que solidificará la relación conyugal.
Algo similar, y por cierto superior, sucede cuando a través de la comunión con el Espíritu Santo tenemos intimidad con Dios. Como resultado, tendremos más de su presencia, recibiremos de su amor, lo conoceremos más, oiremos su voz que nos mostrará qué hacer, qué pasos tomar, hacia dónde ir, etc., y además recibiremos aliento del cielo. ¡Hasta disfrutaremos de sus silencios! Esa intimidad hará que nuestra relación con Él se consolide.
Conocer a Dios por experiencia propia
A través de los años, he aprendido que una persona puede ser “creyente” sin conocer íntimamente a Dios. Hoy día, en el ámbito cristiano, existen demasiadas cosas que pueden reemplazar la comunión con el Espíritu Santo y, aun así, confundirlo con tener una buena relación con Dios.
Para prevalecer en estos tiempos difíciles necesitamos desarrollar comunión con el Espíritu Santo y tener intimidad con el Señor. ¡Es la única manera de prevalecer!
Alguien dijo acertadamente: “Uno puede leer todas las cartas y libros escritos de una persona. Puede repetirlos de memoria y hasta enseñarlos a otros; pero, aun así, no conocer personalmente ni ser amigo de esa persona”. De modo que si nos descuidamos, podemos ser creyentes que conocen la teoría de Cristo, pero no conocen íntimamente su Persona.
¿Cómo se desarrolla una relación de amistad íntima con una persona? Al estar a solas e invertir tiempo con ella. En ese encuentro personal, uno puede percibir el aroma de su perfume; ver sus gestos; conocer su manera de pensar; escucharla hablar; y dar y recibir afecto a través de demostraciones de cariño (como un abrazo o un beso) entre otras cosas.
Para prevalecer en estos tiempos difíciles necesitamos fomentar la comunión con el Espíritu Santo para tener intimidad con el Señor. Cuando desarrollamos la comunión con el Espíritu Santo, en este contexto de búsqueda espiritual, hay algunos elementos que se asocian y son inseparables de la intimidad con Dios:
La oración
La oración, que se practica en el contexto de la comunión con el Espíritu Santo, deja de ser una carga u obligación religiosa y se transforma en un deleite, una necesidad imperiosa. Al orar nos derramamos ante su presencia, le presentamos nuestras fallas, pecados, desdichas, desafíos, frustraciones, anhelos, etc., y Él nos limpia, perdona, restaura y habla a lo profundo de nuestro corazón para levantarnos y animarnos. ¡Es una oración que nos produce deleite!
La Palabra de Dios
Para prevalecer necesitamos que la Palabra nos renueve la mente, nos inspire a creer más a Dios y nos recuerde la infinidad de promesas que Dios nos ha dado para no creer las mentiras y los susurros negativos del enemigo de nuestras almas. Cuando leemos, meditamos y estudiamos la Palabra en el contexto de la comunión con el Espíritu Santo, la Palabra infalible, el logos, se transforma por el Espíritu en una palabra diciente, rhema, relevante para cada situación de nuestras vidas. Ya no es más un libro teórico, sino de principios victoriosos y saludables relevantes para cada situación de la vida.
La fe para creer a Dios
Cuando desarrollamos comunión con el Espíritu Santo y tenemos intimidad con el Señor, nuestra fe crece y se desarrolla paulatinamente. Iremos avanzando de fe en fe. Viviremos con una santa expectativa de que algo bueno puede suceder de repente. Y eso nos da la capacidad de resistir, soportar y creer a Dios por sobre todas las cosas.
Apertura para escuchar al Señor
En estos tiempos, es importante estar conectado al mover profético para saber lo que el Señor está diciendo. La frase: “El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias” se repite muchas veces en Apocalipsis (Leer 2:7; 2:11; 2:17; 2:29; 3:6; 3:13; 3:22). ¿Por qué se repite varias veces? Estoy seguro de que Dios dispuso tal repetición porque sabía de antemano que en el futuro su Iglesia tendría la tendencia de oír solo lo que el Espíritu dijo en otro tiempo, y descartar o menospreciar lo que el Espíritu dice en este tiempo. No en vano la Escritura señala: “No apaguéis al Espíritu. No menospreciéis las profecías” (1 Tesalonicenses 5:19-20).
Lo que el Espíritu dijo es importante porque es el fundamento, la base de lo que creemos (Palabra logos); pero lo que el Espíritu dice continuamente es vital porque nos proporciona guía y dirección, y nos marca el camino a seguir (esto sería recibir una Palabra rhema). Cuando estamos inmersos en el mover profético, el Espíritu nos impulsa a preguntarnos: “¿Qué está diciendo el Señor en este tiempo?”. “¿Qué está enfatizando a su Iglesia en este tiempo?”. De esta manera, recibimos revelación y una estrategia.
Para los que amamos a Dios, prevalecer en medio de estos tiempos difíciles no es una opción, sino una necesidad imperiosa; porque debemos seguir adelante en el cumplimiento de la voluntad del Señor.