LA DIFERENCIA ENTRE LA PRESENCIA Y EL PODER DEL ESPÍRITU SANTO

Por Ritchie Pugliese

En esta era de la historia, como Iglesia de Cristo, vivimos en la era del Espíritu Santo, la cual comenzó el día de Pentecostés cuando Dios derramó el poder de Su Espíritu detallado en Hechos 2.

Vivir en la era del Espíritu Santo sin entender el obrar de la presencia y el poder de Dios no es lo que el Señor quiere para Su Iglesia.

Muchos hoy argumentan que en ciertos círculos cristianos se la pasan hablando y hablando del Espíritu Santo, como si fuera un énfasis desmedido, pero para comenzar debemos saber que la Biblia dice en Juan 16:14 que el Espíritu Santo es el que glorifica a Cristo. Así como el resultado de la glorificación de Cristo en el trono a la Diestra de Dios fue el descenso del Espíritu Santo (Hechos 2), a partir de ese momento, cada vez que en la tierra la Iglesia enfatiza y se mueve en el Espíritu de Dios, asciende a la presencia de Dios un “aire” que glorifica a Cristo como Señor.

Existe una relación directa entre el Señor exaltado y el Espíritu derramado. A mayor expresión del Señorío de Cristo, debiera haber una mayor expresión y énfasis sobre el Espíritu Santo.

En La Biblia se detalla claramente la diferencia que existe entre la Presencia y la Unción o poder del Espíritu Santo.

Hechos 1:8 dice lo siguiente: “pero recibiréis PODER cuando haya venido sobre vosotros el ESPIRITU SANTO, y me seréis testigos…”

Para entender esta distinción debemos analizar brevemente la obra del Espíritu Santo, la cual opera en tres niveles:

1. El Espíritu Santo CON nosotros (Juan 14:16-17);

2. El Espíritu Santo EN nosotros (Juan 14:16-17);

3. El Espíritu Santo SOBRE nosotros (Hechos 1:8)

Antes de convertirnos a Cristo, vivíamos lejos de Dios, pero el Espíritu Santo estaba operando en el mundo y disponible para todo ser humano que escuchase la predica del Evangelio y decidiera arrepentirse de sus pecados. Cuando escuchamos la predicación del Evangelio, el Espíritu Santo nos convenció de pecado (Juan 16:8-11) y nos condujo a los pies de Cristo. Esa fue la obra inicial del Espíritu Santo en nuestras vidas. El Espíritu Santo CON nosotros originó nuestro acercamiento a Dios. A partir de allí fuimos hechos hijos de Dios (Juan 1:12).

Como hijos de Dios, recibimos la Presencia del Espíritu Santo EN nosotros, que nos certifica que somos hijos de Dios. El Espíritu Santo habita en nuestro interior, somos la “caja” recipiente de la habitación del Espíritu Santo. Esta presencia EN nosotros no es momentánea, sino para siempre. Es la experiencia de todo cristiano nacido de nuevo genuinamente.

Aquí no termina la obra del Espíritu Santo en el cristiano. Dios nos da dones y ministerios para extender el Reino de los cielos en la tierra y ayudar a otros en necesidad. Hechos 1:8 menciona la palabra “poder”, que representa al Espíritu Santo SOBRE nosotros para ser testigos vivientes de la Gracia del Señor. Este poder es conocido como UNCIÓN, que viene sobre el cristiano siempre por una razón (servir a Dios) y para una circunstancia definida (ayudar a otros).

Todo creyente puede ser lleno del Espíritu, pues habita en su ser, pero no todos los creyentes tienen la Unción para servir a Dios eficazmente y con resultados tangibles.

Es por eso que en todo momento tenemos la presencia del Espíritu Santo en nosotros, pero solamente cuando servimos a Dios la Unción o poder se activa.

La Presencia del Espíritu Santo revela en el cristiano la naturaleza, persona del Señor. Manifiesta el fruto del Espíritu Santo y el señorío de Cristo. La Presencia del Espíritu es la que nos cambia. Esto nos enseña y aclara que muchas veces hemos visto a hombres y mujeres de Dios con poderosos y ungidos ministerios, pero sus vidas personales carecían de santidad.

Aunque parezca una contradicción, se puede ser poderoso en el ministerio con la Unción, pues esta viene siempre por un tiempo determinado hasta cumplir lo que Dios quiso que hagamos, y a la vez no manifestar plenamente el carácter de Cristo o el fruto del Espíritu Santo. Es por eso que muchos equivocadamente buscan el poder o la Unción y la confunden con la Presencia de Dios.

El poder o la Unción del Espíritu Santo no cambia nuestra vida, sino que impacta la vida de otros, pues nos ha sido dada para servir y bendecir a los demás. Israel fue testigo del Poder o la Unción de Dios en forma contundente, pero eso no les hizo cambiar su conducta desobediente, por lo cual una generación murió en el desierto (1 Corintios 10:1-12)

La Presencia del Espíritu Santo y la Gloria de Dios son lo mismo, pues cuando Dios se manifiesta, lo primero que muestra no es su poder sino su presencia, carácter, su persona. Esto lo vemos en Éxodo 33 donde Moisés le pide a Dios ver su Gloria. Cuando Dios manifestó su Presencia, dice el capítulo 34:6 “… misericordioso, piadoso, tardo para la ira, verdad…”, dando a entender que Dios desplegó ante Moisés su Gloria o su Presencia. Esto también sucedió con Isaías (Lea Isaías 6:1-5)

Cuando Jesús entraba a algún lugar decía “Paz a vosotros” impartiendo su Presencia en el lugar (Lucas 24:36). En Lucas 3:22 cuando el Espíritu Santo se manifestó en el bautismo de Jesús dice que fue en forma de paloma, que representa la paz, que es un fruto del Espíritu.

La Presencia del Espíritu Santo nos ayuda a hacer morir a la carne y desarrollar el fruto del Espíritu Santo. Nos ayuda a crucificar nuestra carne. Con la presencia del Espíritu Santo podemos experimentar a Jesús, esa paz interior que sólo Él puede dar. Nos provee quietud y mantiene en calma nuestra alma. Nos hace fluir el gozo y el resto del fruto del Espíritu detallado en Gálatas 5:22-23.

La presencia del Espíritu reside en nosotros por fe y no por sentimientos. La presencia de Dios está en mi lo sienta o no lo sienta, pero la Unción cuando viene a nosotros sí la podemos sentir. Algunos que ministran sienten en sus manos calor o una sensación especial que nos da señales que la Unción está latente para ser ministrada a otros.

La Presencia del Espíritu Santo nos mantiene vivos en medio de los problemas, luchas, pruebas y ataques del enemigo. Es vivir escondido en las promesas del Salmo 91. Es un lugar de refugio de nuestros enemigos.

La Presencia del Espíritu Santo se cultiva y desarrolla con una vida de adoración, oración, comunión íntima con Dios en la cámara secreta diaria, la meditación y el estudio de la Palabra Viviente de Dios. Su Presencia muchos veces nos satura de tal manera que nuestro Espíritu desea estar para siempre con el Señor y no solo un momento. ¡Jesús lo llena todo!

A Dios le interesa que tengamos Su Unción para poder servirle eficazmente, pero también espera que Su Presencia fluya en nosotros en la vida cotidiana. Hacer las cosas con “peso espiritual” en la Casa de Dios, significa que lo que hago (Unción) es respaldado por lo que soy (Presencia) en la vida cotidiana.

Entender éstas básicas diferencias entre la Presencia y el Poder del Espíritu Santo, nos ayudarán a disfrutar plenamente la gloriosa aventura de caminar y ser guiados por el Espíritu Santo en todo momento.

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